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ENTREVISTA | TANIA MORENO 

ENTREVISTA | TANIA MORENO 

Por: Juan Álvarez

Tania Moreno ya sabe cuánto pesa una medalla de plata: la ganó el pasado año en el Campeonato Europeo de Vóley Playa celebrado en Viena. Jugadora prometedora desde los 4 años, hoy conforma junto a su pareja en la arena, Daniela Álvarez, la gran esperanza olímpica del vóley español en París.

Adentrarse en la humanidad de Tania Moreno Matveeva (Madrid, 2002), de la Tania deportista, es hacerlo en quien entiende su futuro no como un destino cincelado en piedra, inamovible y escrito desde tiempos remotos, sino como la sucesión de sus pasos, sus aciertos, sus errores. Macerada desde el nacimiento en el amor por el vóley playa gracias a un padre entrenador y una madre voleibolista, Tania se prometió -primero a sí misma, luego a sus progenitores y finalmente a su entorno- que ellos serían su inspiración para llegar a las Olimpiadas. Aupada en los hombros de gigante de quienes la vieron nacer, cumple la misión casi histórica que desde la Antigua Grecia empuja a hombres y mujeres a superarse: Alejandro Magno conoció las ciudades con las que ni siquiera soñó Filipo, y Tania superará los logros ya de por sí notables de su padre y su madre cuando desfile en julio tras la antorcha olímpica que ilumine París. Siempre de la mano de su inseparable compañera de equipo y amiga, Daniela Álvarez -un año mayor que ella-, confiesa que es ella quien le permite plantar con seguridad cada paso que da en el inestable puente colgante del deporte profesional. Con 21 y 22 años, cada decisión que toman y celebran Tania y Daniela las acerca más a su objetivo.

Para Tania, París no es sino un área de descanso en el sendero de baldosas amarillas que está siendo su carrera deportiva. Desde que participara en las Olimpiadas de la Juventud en Argentina, en campeonatos del mundo o en el cinematográfico mundo del deporte universitario estadounidense -única fase de la que se arrepiente como jugadora profesional-, solo hay una cosa que no se permitiría: albergar la perenne sensación, cuando todo esto acabe, de que hubo algo dentro de ella que no se exprimió o sublimó hasta el máximo de sus capacidades. Imbuida de la certeza de que ya son y pronto se convertirán aún más en un referente para muchas chicas, ni ella ni Daniela rehúyen su responsabilidad; han trabajado toda su vida para ello. Están preparadas. En sus planes deportivos no caben la casualidad, la suerte o la búsqueda de la buenaventura. Son de trazo recto, sin matices, filigranas ni contemplaciones. Su profesionalidad y ética de trabajo deja a sus coetáneos atrás, lastrados por el plomo de las distracciones, mientras ellas se elevan, salto a salto y con determinación, ante esa rígida red que separa errores de aciertos.

De dicción rápida, atropellada por las risas de sus propias ocurrencias -las de cualquier veinteañera-, la Tania más humana es el jovial producto de la adolescencia tardía de nuestra sociedad contemporánea. Una miscelánea de alegrías y placeres. La luz que penetra en las vidrieras de una catedral para trazar formas y colores de fantasía. Para la deportista, los placeres mundanos como la cocina, la artesanía o disfrutar del tiempo con su familia, con su pareja, con su mascota, tienen cabida junto a las mismas ansias de explorar un mundo que parece menos inabarcable a través de sus lentes. Tania se declara experta en hospedarse en habitaciones de alquiler, de esas en las que no quieres pasar la noche tras haber cometido el error capital de no leer las reseñas antes de reservarlas. Para ella, cada aventura es un motivo para volver, una nueva anécdota, una razón más por la que la vida merece ser vivida si se vive como ella hace.

Musicalmente, como en el resto de sus placeres, Tania es una hoja que se deja llevar por la brisa: y en este caso la brisa es la que marcan las playlists de Daniela. Hay reguetón, pero, como marcan los cánones, del viejito. Insertada a tiempo parcial en la cosmogonía universitaria yanqui en Texas, el estado más estadounidense, vive inmersa en la constelación de clichés cinematográficos con los que hemos crecido. A pesar de eso, entre atletas universitarios que son auténticas estrellas y fiestas en hermandades donde abundan los neobeodos de alcohol en vaso de plástico rojo con pelota de ping-pong, Tania tiene claro su objetivo. Guarda el equilibrio. Hay tiempo para todo. Y afronta esta cita olímpica con la certeza y la convicción de estar a la altura. Preparada para superar la red. Su pasado de sacrificio, su trabajo constante, se merecen un futuro de éxito. Y así será. No os quepa ninguna duda.

 

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