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REPORTAJE | FURIOSA

REPORTAJE | FURIOSA

POR: Tali Carreto 

Pocas sagas pueden presumir de recibir elogios del mismísimo J.G. BALLARD e inspirar a la vez una canción de siniestro total. Así es el universo de ‘Mad Max’, tan distópico como atractivo para un público de lo más dispar. Este mayo llegará a nuestras pantallas su nueva entrega, Furiosa, con una Anya Taylor-Joy y un Chris Hemsworth con prótesis nasal. Repasamos tramo a tramo la autopista que nos ha llevado hasta tal colosal enfrentamiento. 

El 12 de abril de 1979 se estrenaba en ee uu Mad Max. En España tardaría un año más en llegar, un 5 de febrero de 1980, y lo haría con la etiqueta “S”, calificación heredada del franquismo para las películas eróticas o con violencia explícita. Todavía fuimos afortunados: en Francia le colgaron la “X” -como si aquello de Max tuviera que ver con el tamaño de los genitales del jovencísimo Mel Gibson- y en países como Suecia la prohibieron directamente, sin más monsergas. Aun así y a pesar de las cortapisas, aquel filme apocalíptico rodado con apenas 350.000 dólares se convirtió en un éxito mundial, recaudando más de 100 millones de dólares y convirtiéndose en la cinta más rentable de la historia del cine. Ostentaría este título hasta dos décadas después, hincando las rodillas ante El Proyecto de la Bruja de Blair.

El paupérrimo presupuesto de aquella intrépida película australiana provenía en su totalidad de los ahorros que el director, George Miller, atesoró tras tres meses trabajando día y noche como médico de urgencias en una ambulancia. De hecho, Byron Kennedy, productor y compañero de Miller en esta y sus inmediatas secuelas hasta que falleciera en un accidente durante la preproducción de Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno, no era otro que el conductor de dicha ambulancia. El origen de aquella historia de supervivencia y venganza ambientada en un futuro tan cercano como apocalíptico llevada al celuloide era un cóctel molotov de sus vivencias en turnos infernales atendiendo accidentes, la crisis de petróleo de 1973 y el visionado de A Boy and His Dog, una peli basada en relatos de Harlan Elison con un bisoño Don Johnson recorriendo EEUU tras una guerra nuclear con la compañía de un perro telepático. La precariedad en la producción dotó de veracidad a Mad Max: los extras eran moteros auténticos y no figurantes, una banda llamada Los Vigilantes que era recompensada con cervezas por las horas de más. Gibson consiguió su papel tras presentarse al casting después de una pelea en un bar, por lo que daba al cien por cien el tipo del personaje. Y las secuencias de acción se rodaron casi en su totalidad sin dobles, destrozando más de una docena de vehículos, incluyendo la propia furgoneta de Miller. ¿El resultado? Una obra maestra del cine de acción, un taquillazo global y un icono instantáneo para fetichistas: se dice, se cuenta, se rumorea que la imagen de Gibson enfundado en cuero pasó a ser póster habitual en los clubs gays de tendencia leather de Nueva York. Hasta el escritor J. G. Ballard, que de ostias y coches sabía lo suyo, se rindió ante ella calificándola como “la Capilla Sixtina del punk”.

Ante tanto revuelo, la secuela estaba cantada. Mad Max 2: El guerrero de la carretera llegaría tan solo dos años después, en 1981, no sin superar antes algunos contratiempos. En primer lugar, Miller tenía previsto realizar otra cinta posapocalíptica pero basada en El señor de las moscas, la famosa novela de William Golding de la que no te librabas en tus años de insti, pero tras muchas vueltas aquella idea se acabó descartando… aunque daría paso a la siguiente secuela, Más allá de la Cúpula del Trueno. Y, por otro lado, al cineasta australiano le habían propuesto dirigir una cinta protagonizada por un Stallone en plena cresta de la ola, Acorralado. Al final, la cabra tira al monte y Miller dio calabazas al mismísimo Rocky para la que -para muchos y junto a El Imperio Contraataca, El Padrino II y Batman: The Dark Knight- es una de las mejores secuelas de la historia del cine. Una película que, en gran parte, vaticina muchas de las virtudes de la excelsa cuarta entrega, Mad Max: Furia en la carretera, con su huida secuencial hacia adelante y a toda velocidad, su visionario sentido de la narración y su apuesta total por la acción. De hecho, en la película Gibson solo despacha 16 líneas de diálogo, dejando para la posteridad, eso sí, una réplica para enmarcar: “Solo vine por gasolina”. Tampoco le fue nada mal, como a su predecesora, en taquilla. Por lo que, en 1985, apenas cuatro años después de su estreno, Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno asaltaría las salas de todo el mundo y pondría de moda en la radio-fórmula aquel We Don’t Need Another Hero que cantaba Tina Turner, sorprendente coprotagonista del film junto a un Gibson convertido ya en superestrella. Peculiar muestra de cine apocalíptico familiar -casi como el viraje a la peli con niños que hizo Indiana Jones en busca del Templo Maldito-, se sobrepuso a la muerte de Byron Kennedy, cocreador de la saga y compañero de fatigas de Miller, fallecido en un accidente de helicóptero buscando localizaciones para la película. Tan desgraciada pérdida hizo que el propio director acabara compartiendo su silla con George Ogilvie, otro australiano con escasa experiencia tras la cámara, pero con una prestigiosa carrera como director de teatro y ópera. Miller, prácticamente, tan solo se encargaría de las -una vez más- espectaculares escenas de acción. Aunque con una buena taquilla también a sus espaldas y superando con creces en factura técnica a los infinitos exploits que surgieron alrededor de la saga, con especial mención a encantadores bodrios italianos como Los exterminadores del año 3000, 1990: Los guerreros del Bronx o Los nuevos bárbaros, la saga cayó en un dilatado impasse… ¡hasta 2015!

Ese año el fandom se reencontró con los parajes desérticos y post-apocalípticos tan añorados en Furia en la carretera, glorioso reboot a manos del propio Miller con un Tom Hardy parco en palabras pero imponente en su físico sustituyendo a Gibson y, sobre todo, una Charlize Theron convertida en protagonista de una historia con ecos feministas. De hecho, la activista y dramaturga Eve Ensler, conocida por su obra Los monólogos de la vagina, asesoró a las actrices durante el rodaje. Blockbuster tan monumental como atípico, el filme arrasó en taquilla, entre la crítica y también en premios, alzándose con la friolera de seis Oscars. Nada extraño pues que ahora medio mundo suspire ante el estreno de su precuela, esta Furiosa que nos llega, nunca mejor dicho, como agua de mayo en una cartelera cada vez más acartonada y necesitada de revulsivos como este. Entre sus principales reclamos, una historia pensada hace más de 15 años y que estuvo a punto de acabar convertida en anime por el Studio Ghibli, una escena de acción de 15 minutos para la que se necesitaron 78 días de rodaje y una siempre estupenda Anya Taylor-Joy rejuveneciendo a la Theron, y que recibió de su colega Nicholas Hoult el mejor consejo posible antes del rodaje: “Tan solo fíate de George Miller”.

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