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ENTREVISTA | BE FERNANDEZ

ENTREVISTA | BE FERNANDEZ

Por: Marta España

A caballo entre el cómic y el graffiti, la carrera de Be Fernández comenzó bajo los códigos del arte urbano, pasó por la ilustración express de las redes sociales y actualmente se consolida gracias a su trabajo de muralista con grandes corporaciones. Una carrera de pintora que en absoluto se esperaba y que surgió, en primera instancia, gracias a su familia

La carrera de Blanca (Be) Fernández comenzó  en el momento en que, siendo adolescente, descubrió el arte urbano. Y así encontró la forma de mostrar su obra en un mundo en que las redes sociales no tenían el peso que tienen hoy. “Con 17 años empecé a pintar en formato muy grande y a empapelar las paredes de Madrid. Entonces todavía no existía Instagram”, recuerda la artista, nacida en la capital en 1993. “Hasta ese momento lo único que podía hacer con mis dibujos era guardarlos en mi cajón. Era adolescente, me interesaba mucho salir de fiesta, quedar con gente… El arte urbano me devolvió la motivación. Me di cuenta de que pintar era lo que quería hacer con mi vida”. Su estilo se fue configurando de forma inconsciente hacia un esquema dominado por los colores llamativos y las líneas gruesas, a caballo entre la novela gráfica y el graffiti: “Trato de ser honesta conmigo misma. No puedo crear un estilo de forma consciente, premeditada, pero sí hay un hilo conductor: está basado sobre todo en el color. El resto lo construyen formas simples que hacen llegar el mensaje rápidamente. Ahora mismo es tan difícil prestarle a algo más de dos segundos de atención que creo que mi forma de dibujar ayuda. Me centro en poder conectar con gente. También le doy mucha importancia a la línea del dibujo. Y, aunque el resultado es una conexión directa, soy muy detallista y le dedico muchas horas a cada pieza”.

Aunque Be -anteriormente conocida como @thegirlwithahat– comenzó a estudiar Publicidad y no empezó a ver la pintura como una verdadera salida profesional hasta que no fue demasiado evidente, se crió en una familia de artistas diletantes, en su mayoría pintores por placer. Dentro de ellos, el que más marcó la carrera de la artista fue su padre: “Mi padre siempre me ha inculcado el amor por el arte. Él ahora está muy centrado en la acuarela, es espectacular lo que hace. Pero somos totalmente opuestos. Aprendí a dibujar con sus cómics. Él tenía la colección de Madriz, que era una publicación de los ochenta con muchos viñetistas españoles del momento, como Javier de Juan. Lo recuerdo con mucho cariño, me inspiró mucho en mi trabajo”.

Fue en primera instancia esa conexión paternofilial la que le inculcó el amor por la creación, pero también la curiosidad y la investigación por la Historia, los autores y las obras ajenas.  “Mi padre es, además, profesor de Historia del Arte”, cuenta. “Hace ya tiempo que me di cuenta de la falta de referencia de mujeres artistas. Estoy muy centrada últimamente en investigarlas. He encontrado una conexión espiritual con ellas que no había explorado antes. Fui hace unos meses a ver una exposición a la National Portrait Galleryde Londres y al salir descubrí la obra de Rachel Ruiz, que es una bodegonista. No se puede generalizar, pero he encontrado muchas mujeres artistas que tienen un trato del color increíble. Quizás esté relacionado con el hecho de ser mujer, con una sensibilidad especial. También en el Thyssen descubrí la obra de Tamara de Lempicka y me ha obsesionado”. Así, su obra se construye en torno a un imaginario eminentemente femenino, con el que su público empatiza fácilmente: “Es más fácil identificarte con las experiencias vividas de una mujer si eres una. Le pasa exactamente igual a la obra de una persona racializada. No puede entenderla igual una persona blanca”. A esa premisa, además, se añaden otros elementos que acentúan el plano espiritual de Fernández, en esa mística tan denostada por el plano científico-masculino: “Una cosa que me está inspirando mucho es el tarot, que no siendo yo super mística me parece muy inspirador”.

Si bien años más tarde de su epifanía urbana Blanca se dio a conocer, fundamentalmente, a través de una serie de micro-cómics que publicaba en Instagram, su público ha crecido en buena medida por su trabajo como muralista para grandes marcas. Sus trabajos más recientes han sido para McDonald’s -con una campaña que actualmente puede verse en televisión- o Dr. Martens, pero también ha trabajado con Netflix, Maybelline, Porsche, Lacoste, Miu Miu, Coca-Cola, NAP, Adidas, Nike o, en el mundo de la música, con Sony, Mad Cool o con el dúo de djs Elyella. Su trabajo suele ser catalogado con la etiqueta de “arte urbano”, pero Blanca no termina de sentirse demasiado cómoda con ello. “El término arte urbano me resulta un cajón desastre. Se ha puesto de moda para referirse a un montón de arte que no ha pasado por los estándares de la calle. Mi mural para McDonald’s es un trabajo por el que me están pagando”. Se reserva un espacio, hay unas normas… “No es algo vandálico: el arte urbano nace de la marginalidad. A mí, por ejemplo, el graffiti es una cosa que me flipa. Es gente jugándose la vida por una pasión que tienen dentro y que no les va a aportar nada a nivel económico”. Es pura pasión, convicción, e incluso activismo, una forma de reclamar el derecho sobre los espacios urbanos. “Por eso lo que yo hago ahora mismo no lo considero arte urbano. No se puede catalogar de arte urbano, no juega en esos códigos”, sentencia.

Pese a ello, el trabajo de Be Fernández no se califica de urbano exclusivamente por los orígenes de la artista empapelando paredes por la capital o por esa faceta muralista. Tiene también que ver con su cercanía a una moda que se vincula con el modus vivendi urbano. Ya lo hemos comentado: marcas de streetwear como Adidas o Nike han puesto sus ojos en la artista madrileña. “La moda siempre ha sido para mí una manera de expresarme, que me ha interesado en ese sentido”, reflexiona. “Creo que es una herramienta súper buena de comunicación. Soy una persona que disfruta mucho de cómo se viste. No tengo ningún miedo a utilizar la moda para representar mi personalidad, pero no sé si quiero que eso tenga que ver con mi camino laboral”.

Con todo eso en la cabeza, Fernández se mantiene firme en la idea de no monetizar todas sus aficiones, pues su percepción del entretenimiento ya cambió bastante cuando hizo de un hobby su profesión: “Ahora todo lo tienes que convertir en algo productivo, no puedes perder ni un minuto en disfrutar las cosas que te gustan. Y, aunque hago trabajos para marcas, tengo que seguir evolucionando como artista. Necesito huecos para probar cosas nuevas, un espacio para mí, en lo personal y en lo creativo, y que no sea todo para enseñárselo a la gente”. Es consciente de que las redes sociales, en muchos sentidos, han contribuido a convertir en contenido la pulsión que rentabiliza cada dimensión de los espacios que antes se consideraban privados, o al menos íntimos. “Con las redes sociales te cambia el mindset sin darte cuenta. Antes la pintura era mi hobby, era mi lugar de paz y calma absoluto. Y, entiéndeme, lo sigue siendo, pero guía absolutamente toda mi vida”. Es, en el fondo, su manera de comunicarse con su público, con sus clientes y con su trabajo, con su propia obra. “Me da pena haberme quedado sin aficiones, porque es muy importante que tengamos huequitos no productivos en nuestra vida. Hacer esas cosas que simplemente nos hacen disfrutar de ser humanos”.

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