ENTREVISTA | PAUL B. PRECIADO
Por: Fernando Bernal
El mundo en el que vivimos es un constructo de normas y esquemas mentales que a menudo no queda más remedio que derribar a martillazos. Algo parecido sucede en el terreno del arte y la cultura, estereotipada, aferrada a las lógicas comerciales. El filósofo y agitador conceptual Paul B. Preciado lleva décadas entregado a esa causa saltando de campo en campo, demostrando que las barreras están para saltárselas. Y una vez más vuelve a demostrarlo poniéndose tras las cámaras para dirigir su primer filme, ‘Orlando, mi biografía política’
Filósofo, escritor, comisario de arte y activista, Paul B. Preciado es uno de los nombres determinantes de la cultura europea del siglo XXI. Con obras como Testo yonqui (2008) o Manifiesto contrasexual (2002), es una verdadera referencia en cuanto a estudios de género y teoría queer, que desarrolla ligando filosofía y su experiencia para hablar sobre “políticas feministas, queer y transgénero”. De una manera biográfica también ha surgido su primera experiencia como director de cine, en la que parte de la obra Orlando, de Virginia Woolf, publicada en 1928. Para desde ahí habla de su propia vida y desdoblar al personaje principal en otros 27 ‘Orlandos’ -incluyéndose a sí mismo, sobre todo a partir de su voz como narrador- representados por personas trans y no binarias de diferentes edades, que se confiesan ante la cámara y ponen en escena parte de los textos de la obra original. Con Orlando, mi biografía política, Preciado obtuvo el Premio Especial del Jurado en la sección Encounters de Berlín y, tras pasar por el Festival de San Sebastián, se estrena ahora una de las películas más estimulantes y necesarias de los últimos tiempos. Una cinta que es a la vez adaptación literaria, manifiesto político, ensayo fílmico, taller de trabajo colectivo… Es todas estas cosas a la vez, y más que se van desplegando ante el espectador ofreciendo un material actual y urgente a propósito del tiempo que estamos viviendo. El proceso de creación de la película comenzó con una propuesta del canal ARTE, que quería hacer una película sobre el filósofo. Pero él decidió proponer otras alternativas. “En un último esfuerzo, intenté decirles que, si querían hacer una película sobre mi transición de género, debía ser una película sobre Orlando, de Virginia Woolf. De ahí la frase del principio de su película: ‘Mi biografía existe, y es la puñetera Virginia Woolf la que la escribió en 1928’. En esto, al menos, hubo acuerdo en la cadena. Todos estaban familiarizados con el tema de Orlando y les gustaba la idea de un diálogo cruzado entre Virginia Woolf y yo. ¿Y si el Orlando de Virginia Woolf siguiera vivo? ¿Y si fuera yo? ¿Y si fuera yo u otros…?”. Y así se propuso encontrar a esos otros ‘Orlandos’ en personas de todas las edades, entre los que tiene una fuerte presencia la juventud, para hacer un filme sobre la transición vivida por el propio director, a partir de un libro escrito hace casi cien años y que se desarrolla durante cinco siglos, que comienza protagonizado por un adolescente y acaba con una mujer de treinta años.
Una idea “loca y filosófica” que supuso para Preciado adoptar un nuevo lenguaje basado en las imágenes. “Nunca había pensado en hacer una película, aunque sí que había trabajado sobre la historia política de las imágenes. A partir de 2001 empecé a ser cada vez más consciente de cómo el cine o la imagen funcionan como una tecnología de normalización del género. Es verdad que, a partir de ahí, de manera inconsciente o secreta, comencé a gestar un cierto deseo de hacer imágenes. Pensé que hay cosas que yo quería ver que no veo, y más cuando esa representación tiene que ver con las minorías sexuales o de género. Tenía una frustración ante representaciones normativas, que parten de un discurso tan psiquiátrico, medicalizante, tan victimizador de la cuestión trans… Desde hace diez años trabajo para artistas y directores de cine que me han pedido que escribiera algún guion o un relato para adaptar. El binarismo puede ser masculino y femenino, pero también documental y ficción, natural y artificial… Yo he abordado hacer la película como lo hago con mis libros: como cualquier otro proyecto mío parte de una investigación. Desconfío mucho de la segmentación de disciplinas. El cine ha sido durante cien años la industria cultural hegemónica, nada tiene que ver con la filosofía, que tiene una aureola pero es casi algo do it yourself y punk, solo necesitas un papel y un lápiz. La imagen nunca ha sido más accesible que hoy, estamos todo el rato viendo imágenes, produciéndolas con nuestros propios teléfonos”, reflexiona.
Se lanzó a dirigir y escribir la película de una manera inconsciente. “Menos mal que fue así, viendo lo que iba a venir en los siguientes tres años”. Esa dimensión de industria colectiva y de economía de la producción que acarrea el cine es compleja. “Yo he hecho esta película con un presupuesto bajísimo y con un gran sufrimiento personal. Hay una mitificación del cine que corresponde a un estatus económico, pero yo animo a la gente a producir sus propias imágenes”. Lo que no tenía nada claro era la propia estructura de la película, pero sí había una intuición y un deseo. “No quería que se hiciera una película sobre mí y por eso acabé haciéndola yo mismo. Quería hacer una adaptación documental de Orlando, de Virginia Woolf, eso se lo dejé claro a mis dos productoras. Y ellas respondieron que eso nunca se había hecho. A mí me pareció fascinante. Eso es la filosofía: un concepto acaba produciendo una realidad. Yo no sabía exactamente lo que estaba diciendo, pero tenía una intuición profunda de que Virginia Woolf había escrito una ficción y que esa ficción se había convertido en realidad. Es el propio libro y su fuerza, su potencia para producir una realidad, lo que me lleva a pensar que ahí hay un proyecto. Para una persona que ha nacido en los años setenta en España y que nunca había visto a nadie trans en su vida, cuando leí Orlando pensé: ‘Esto existe’. Existe en la ficción, pero para mí este libro era un certificado absoluto, casi un contrato de futuro. Lo leí así, como una promesa. Abordé la película leyendo toda su obra, viendo las partes que quería adaptar y en las que también había disenso. Lo que sí surgió de una manera inmediata es lo de la carta, escribir a alguien que no está, a un muerto que sigue vivo en cierta manera”.
Durante todo el proceso Paul estableció un vínculo muy intenso con la propia Virginia Woolf: “Vivía día, tarde y noche rodeado de ella”. Entre sus diarios y sus textos. No tiene ninguna duda de que pudo “conversar con ella” para hacer la película. “Yo quería contarle en la película qué había pasado con su Orlando y que había otros ‘Orlandos’ y debía ponerme en contacto con ellos para escribir esta carta y que fuera colectiva. Lo que sabía es que yo he coleccionado muchas imágenes de la historia trans y había algunas que para mí se han convertido en fundacionales para mi propia vida. Quería compartirlas, que estuvieran ahí. Como esa imagen de Jorgenssen (Christine), que es la primera de una persona trans que hay en la historia y algunas más. Esto lo encontré hace veinte años, cuando empecé a trabajar en estas cuestiones que me fascinan. Para mí ha habido un encuentro mágico con Virginia Woolf, era como si hubiera escrito esta obra para que uno pueda contar la historia trans de esta manera”.
EL RODAJE COMO RITUAL POLÍTICO
Había cosas que, intuitivamente, Paul B. Preciado quería que estuvieran en su película. Pero otras surgieron del trabajo con esos distintos ‘Orlandos’. “Empecé a trabajar con asociaciones, activistas que conozco, mis propios amigos… Sabía también que los niños eran importantes. Orlando empieza siendo un adolescente y va creciendo a lo largo de la novela. Empecé a leer el libro con ellos, a hablar de las partes que iba a hacer cada uno y de cómo plantearlas. Cada sesión de filmación, de un rodaje corto de veinte días, era un poco como un ritual político, como una especie de exorcismo político que comenzaba siempre con el acto de ponerse el cuello de Orlando, que al principio nos parecía una cosa un poco extraña, ampulosa y demasiado barroca, pero que funcionó como una especie de objeto transferencial entre la realidad y la ficción. La persona llegaba con sus problemas, se ponía el cuello de Orlando y pasaba a la ficción. Y ahí empezaron a surgir cosas mágicas, como la escena de la operación. La película para mí no es el resultado audiovisual, sino todo el proceso de producción. Desde los talleres de lectura de Orlando hasta cada una de las sesiones de rodaje. He disfrutado mucho, aunque también he sufrido, pero no más de lo que sufro escribiendo un libro”. El cineasta quería que hubiera una conexión entre el texto original y los actores que se presentaron a la prueba, “ya que eran potenciales ‘Orlandos’ modernos de todas las edades”. Al casting se presentaron cien ‘Orlandos. “Al final, hay 27 en la película, de edades comprendidas entre los 8 y los 70 años. Esto me permitió ver inmediatamente de qué estaba hecha esa conexión con Orlando y, en cierto modo, cuando recibí los vídeos en los que se presentaban y me hablaban del libro, la película ya estaba empezando a escribirse de una manera que era diferente, íntima y política a la vez, con una interacción entre lo que surge del libro, lo que surge de su transcripción en primera persona y lo que surge de la interpretación personal que cada uno hace de él”. Descubrió que los niños y los adolescentes eran los primeros que entraban en el libro, y la película está destinada en parte a ellos. “Yo llamé a la productora y se lo dije, que no esperaran una película sesuda o un documental histórico, y ellos no entendían nada. En el fondo, donde la consistencia política de la novela es más real es en ellos, en los jóvenes, porque tienen una fuerza de imaginación extraordinaria. Y tienen la fuerza para decir con unos pocos años que no quieren que les llamen de una determinada manera, tienen esa convicción. Hay en ellos algo imparable”.