REPORTAJE | LÉA SEYDOUX
Por: Fernando Bernal
“Cuando la cámara la mira, es imposible saber lo que está pensando. Es un misterio”, asegura el cineasta Bertrand Bonello sobre ella, a la que ha dirigido por tercera vez en ‘The Beast (La bestia)’, un melodrama de ciencia-ficción que coincide en taquilla con su aparición en ‘Dune: Parte dos’. Polifacética, con una presencia magnética ante la cámara y un gusto por el riesgo que le ha llevado a trabajar con todo tipo de directores, de Wes Anderson a David Cronenberg, para ella actuar es una “necesidad existencial”.
“Me gusta interpretar personajes profundos, y es bueno tener emociones profundas. Pero también es bueno tener distancia y sentido del humor en lo que haces”. Estas palabras definen bien la carrera de Léa Seydoux (París, 1985), en la que ha alternado películas de autor -de los más grandes del momento, todo hay que decirlo- con enormes blockbusters que la han llevado hasta Hollywood para compartir cartel con Daniel Craig, Tom Cruise, Cate Blanchett, Woody Allen, Benicio del Toro o Brad Pitt, además de con todo el star-system francés. Parece una trayectoria ideal, más para alguien que de pequeña no soñaba con ser actriz, a pesar de que su abuelo fuera el fundador de la productora y distribuidora Pathé, un verdadero icono de la historia del cine francés. Pero ella se enamoró de la profesión por otros motivos, que tenían más que ver con su singular personalidad: “No fue porque viera una película. Fueron los actores los que me hicieron querer ser actriz. Me encantó el hecho de que los actores fueran tan libres en el sentido de que podían elegir lo que quisieran. Fue porque quería ser libre que me convertí en actriz”. Hasta ahora ha acumulado más de cuarenta títulos en su filmografía, en la que destaca su forma de asumir todo tipo de riesgos. Ahí están sus últimos trabajos: Crímenes del futuro (2022) con David Cronenberg, en la que se sumerge de lleno en el turbulento mundo de la ‘nueva carne’ y la metamorfosis de los cuerpos. O Fantasías de un escritor (2021), una adaptación de la obra de Philip Roth en la que, de la mano de Arnaud Desplechin -uno de sus directores fetiche- afrontaba un papel que era pura exposición emocional y física. También la muy sarcástica France (2021), de Bruno Dumont, en la que despliega otro tipo de registro: “Me encanta el desafío. Me encanta tener miedo antes de una película, antes de actuar. Creo que siempre quiero experimentar miedo. Me he vuelto adicta a esa sensación”. Toda una declaración de amor por el riesgo, de adicción por el vértigo en cada nuevo trabajo, y también por romper con la imagen dulce y tímida -ella se considera una “tímida vocacional”- que en la vida real la ha llevado a ser imagen de Louis Vuitton, protagonizar sesiones de haute couture y perfumería con Jean Baptiste Mondino -que la ha denominado como “la más francesa y la más cool”- o a marcar tendencia con sus estilismos y peinados en las alfombras rojas de los principales festivales del mundo.
Pero por encima de todo ello está el cine. Aunque debutó en 2006, hasta dos años después no llamó la atención con La bella persona, de Christophe Honoré, en una puesta al día en versión drama de instituto de un clásico de la literatura francesa: La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette. Léa Seydoux brillaba en esta estimulante propuesta en la que coincidió con el actor Louis Garrel, que la dirigiría años después en El pequeño sastre (2010), y que además le sirvió para conseguir la primera de sus cinco nominaciones a los premios César. Estas dos películas, junto con De la guerre (2008), de Bertrand Bonello -que ahora la dirige en The Beast (La bestia) (2023)-, y Lourdes (2009), de la austríaca Jessica Hausner -una fábula religiosa cruda y muy reivindicable con la que descubrimos a una de las directoras más inquietantes del momento- sirvieron para que Hollywod se fijara en Léa Seydoux. Primero fue Quentin Tarantino con Malditos bastardos (2010), en un reparto en el que también aparecía su compañera de generación Mélanie Laurent. La actriz tuvo el terrorífico honor de compartir la secuencia de apertura del filme con el oficial nazi interpretado por Christoph Waltz, un duelo interpretativo crudo al que siguieron las más ligeras Misión imposible: Protocolo fantasma (2011), con la saga de Tom Cruise levantando de nuevo el vuelo, y el Robin Hood (2010) de Ridley Scott, donde tenía un papel más secundario. Dos auténticos blockbusters, en los que participó pese a no ser su territorio favorito. “No me entusiasman las películas ‘entretenidas’. No creo que vaya al cine para entretenerme. Sé que es algo grande en Estados Unidos. Prefiero hacerme preguntas, y no me gusta tanto que me den las respuestas. No quiero dejar de pensar. Creo que ciertas películas se hacen solo para alimentarte con imágenes”. A pesar de ello, aceptó -¿quién no lo haría?- ser la última -¿o no?- pareja de James Bond en Spectre (2015) y Sin tiempo para morir (2021), con lo que tuvo el honor de despedir la era de Daniel Craig. También ha participado en Midnight in Paris de Woody Allen -junto a Owen Wilson o Marion Cotillard-, y repitió dos veces junto Wes Anderson en El Gran Hotel Budapest (2014) y La crónica francesa (2021), lo que viene a corroborar que, tal y como Léa Seydoux suele defender en sus entrevistas, su carrera se mueve en función de los cineastas. “Antes que nada, elijo películas por el talento de los directores. La historia y los demás actores son, por supuesto, muy importantes, pero para mí todo depende del director”.
En medio de todo ello llegó la película-escándalo, La vida de Adele (2013), de Abdellatif Kechiche, por la que compartió la Palma de Oro de Cannes con su compañera de reparto -y desde entonces amiga íntima- Adèle Exarchopoulos. Reconoce que fue una experiencia que le marcó por la dura exigencia del director en el rodaje y la cantidad de veces que tuvieron que repetir las escenas, algunas de ellas de sexo explícito, a pesar de que ha declarado que no es contraria a mostrar cuerpos desnudos en el cine “porque la desnudez es hermosa”.
Para nada traumática ha sido su nueva colaboración con Bertrand Bonello en La bestia -foto sobre estas líneas-, adaptación libre del relato de Henry James La bestia en la jungla, que se estrena este mes tras pasar por Venecia y Seminci, donde Léa obtuvo el premio a la mejor actriz. Una historia de amor ambientada en tres períodos históricos que la acerca “por primera vez” -realmente debutó en el género de la mano de Kojima- a la ciencia ficción. El director de Nocturama (2016) conoce a la actriz muy bien y una de las cosas que le sigue fascinando de ella es que cuando mira a la cámara le resulta imposible saber lo que está pensando. “En su forma de trabajar, no es una actriz académica. No siente necesariamente la necesidad de estar muy preparada ni de saberlo todo sobre su personaje, ni siquiera sobre el guion. Se podría decir incluso que utiliza una cierta incertidumbre o vacilación, pero esta vacilación la beneficia, le permite dejarse guiar, abandonarse y dejar que las cosas sucedan”. Quizá este misterio sea una de las claves de su imparable éxito.
Su parte más Fragile
Desde que salió al mercado en 2019, el videojuego Death Stranding, ambientado en un futuro postapocalíptico, se convirtió en un título de culto que ha sumado ya más de 16 millones de jugadores. La creación del genio Hideo Kojima cuenta con Léa Seydoux en su casting, junto con Norman Reedus, Mads Mikkelsen o Guillermo del Toro. La actriz interpreta a Fragile, uno de los personajes principales inspirado en Mary Poppins, de la que el diseñador es fan, lo que le ha valido también convertirse en un icono dentro del mundo gamer. Su presencia en la segunda parte del videojuego ya ha sido anunciada a través del tráiler y también del propio Kojima, que aseguró que no podía avanzar mucho, pero que Fragile “será importante”. Seguro que también está en el reparto de la película que el creador del mítico Metal Gear está preparando a partir de Death Stranding, en alianza con A24, la productora indie del momento. “Hay muchas películas de adaptación de juegos por ahí, pero lo que estamos creando no es solo una traducción directa del juego. La intención es que nuestro público no solo sean fans de los juegos, sino que nuestra película sea para cualquiera que ame el cine. Estamos creando un universo de Death Stranding que nunca se ha visto antes y que solo a través del medio cinematográfico podrá nacer», avanza Kojima. Genio y figura hasta la sepultura.