ESTRENOS | DISCO, IBIZA, LOCOMÍA

POR: Fernando Bernal 

Renovadores de la estética disco, Ya eran estrellas de las eternas noches ibicencas cuando aparecieron en TVE en 1986. temas como ‘Loco Vox’, ‘Taiyo’ o ‘Gorbachov’, con estribillos como aquel esquemático pero contagioso “rumba, samba, mambo”, produjeron un terremoto en la pequeña pantalla. Su estética, sus trajes, los gigantescos abanicos y sus coreografías les llevaron a tocar el cielo y también a tomar tierra de forma vertiginosa. Kike Maíllo retrata ahora su apasionante historia en ‘Disco, Ibiza, Locomía’.

Locomía fue más que un grupo. supuso un auténtico hito dentro de la cultura del país de finales de los ochenta y principios de los noventa. Lo suyo transcendió lo musical. Su vestuario, las coreografías y sus inseparables abanicos XXL los convirtieron en referentes y precursores de la cultura de club en Ibiza y, posteriormente, en un fenómeno de fans de alcance mundial, cuyo radio de acción estaba a punto de llegar a EEUU cuando todo se vino abajo. Disco, Ibiza, Locomía, la película de Kike Maíllo, describe el auge y caída de este grupo de amigos, “un ejército de dragones”, que vivía en comunidad en una masía abandonada en la isla, que llegó a Ibiza con ganas de comerse el mundo con su líder espiritual y creativo Xavi Font (Jaime Lorente) al frente. Comenzaron diseñando el vestuario para las fiestas temáticas de la mítica discoteca Ku y acabaron animando las noches de este templo del dance donde stars como Freddie Mercury acudían cada noche para celebrar fiestas con los miembros de la jet-set de la época, que incluían excesos como descorchar 350 botellas de Moët Chandon. Seguramente aquello fuera de lo más light que se podía ver -y probar- en esas noches sin fin. “Ibiza era una isla muy adelantada a su tiempo, en la que esa ansia de libertad que se estaba dando tras la Transición fructifica en algo muy potente. Acaba dando como resultado la cultura de club, donde cada uno podía mostrarse como era. Ellos consiguen hacerlo y aceptarlo gracias a estar en Ibiza. El hecho de salir de la isla, caminar hacia el éxito y tener una carrera musical, hace que tengan que volver a ponerse etiquetas otra vez, como músicos o como cantantes, cuando eran algo mucho más rico”, comentaba Kike Maíllo durante la presentación del filme en el pasado Festival de Málaga. El cineasta, autor de títulos como Toro (2016), no era fan de Locomía cuando la banda alcanzó su mayor popularidad, ni tampoco se considera fan ahora. “Me parecían unos marcianos”, dice entre risas. “No entendía el éxito y eso propicia que me haya acercado no desde el homenaje, sino desde la comprensión. Distanciarme del fenómeno fan creo que me ha ayudado mucho”.

En la historia de Locomía fue esencial -para entender su despegue y posterior disolución- la entrada del productor José Luis Gil (Alberto Amman), que les propone firmar su primer contrato discográfico, abandonar la isla -dejando atrás a algunos de esos “dragones” para confeccionar la formación que se hizo popular- e instalarse en Madrid para grabar su disco, con temas que se convirtieron en auténticos hits en las listas de éxitos, por entonces tan importantes en la industria musical del país. Algo que también se ha narrado en un reciente documental producido por Movistar+. “Al irrumpir el documental estábamos en la última entrega del guion y tanto Marta Libertad, coguionista, como yo decidimos que no íbamos a verlo. Estábamos muy avanzados y no queríamos nuevas informaciones o algo que contradijese el camino que ya habíamos emprendido. Lo hemos visto después, es espléndido y ahonda en un lugar mucho más morboso. Nuestro acercamiento, tanto a Gil como a Xavi, es más de grises. No queríamos construir dos malvados ni algo más arquetípico. ¿Quién es más culpable de que esto salga mal? Es más cuestión de Xavi, pero Gil tiene lo suyo. El grupo siguió a Xavi… Quiero decir, aquí no hay vencedores ni vencidos. Aquí todo son perdedores. Cuando está a punto de pegarla como ningún grupo español lo había hecho antes en EE UU, en el mercado latino, rompen el juguete. Nos interesaba tener un acercamiento cálido a los personajes, y en ese sentido es una película más luminosa que el documental. Quizá tenga algo que ver con nuestras naturalezas”, reconoce el cineasta y guionista. La película tiene un ritmo trepidante, que contagia el frenesí de aquella época, con los colores propios de los viajes cabalgando sobre tripis -con animaciones y otro tipo de efectos alucinados-, y alterna formatos, entre el vídeo, el cine y los documentos reales, para dar forma a un collage en el que las coreografías y los looks de los protagonistas tienen tanto peso como las relaciones que se establecen entre ellos y su propia historia, que es, en el fondo, la de la generación de finales de los ochenta. “Soy fan de lo que les pasa y de lo que significa eso. Me siento muy identificado. Veo a mi alrededor cómo se busca el éxito y está poco basado en algo que no sea ‘ser famoso’. Y no lo veo solo en gente joven, que siguen a gente en redes, lo veo también en personas de mi edad. El éxito, cuando se busca per se, es un mal compañero. Y la película, en su ligereza, que la tiene y está buscada, creo que habla de algo que es poderoso. Al final, esta familia escogida que forman es tan importante o más que la natural. Quien te acompaña en el viaje ha de hacerte bien o mal, y cómo te comportes con ellos es todo: son unos fracasados a ojos de otros, pero están juntos. Lo que tienen entre ellos es el verdadero éxito”. También estaba el reto de hacer un biopic sin caer en clichés, más cuando los protagonistas están aún en activo y han participado en entrevistas o en el documental. “No es sencillo hacer una película donde los personajes a los que aludes están vivos y que pretende ser un retrato humano y no un homenaje. Se agradece el cortafuegos que hicieron los productores para que pudiéramos trabajar con libertad. Hay que lidiar con muchos egos y en ocasiones sabes que lo que estás haciendo no les va a gustar”.