Este tipo de inquietudes son las que marcaron su llegada a Barcelona. No solo las ansiedades de llegar a un colegio nuevo porque, aunque no había sido capaz de ponerle nombre hasta que ha sido adulta, ya estaban presentes las presiones de romper los prejuicios de la gente blanca, la presión de aprovechar las oportunidades por las que su familia se ha cruzado medio mundo. “Todo lo que hacía cuando estaba en el colegio y en gran parte todo lo que sigo haciendo, es por mi madre. Quería ser médico para tener dinero con el que poder ocuparme de ella cuando fuese mayor. Se supone que aquí si trabajas duro deberías estar tranquilo, todo debería dar su fruto tarde o temprano y esa es la mentalidad que nos inculca mi madre: la mentalidad de currar y currar. Con la edad me he dado cuenta de que no es el que más trabaja el que mejor vive”.
Al recordar sus vivencias no solo cuenta su historia, sino la de millones de inmigrantes que dejan sus países, sus barrios y sus familias en busca de la promesa de una vida mejor o, aunque sea, una menos mala. Forman parte de la sociedad, sin embargo, no son protagonistas de las historias que nos llegan a través de los medios. Y, en el caso de hacerlo, son una caricatura o un homúnculo de estereotipos. “Las historias como la mía están en todas partes. En el colegio yo nunca fui la única latinoamericana en el aula. Pero, precisamente por eso, hay un momento en que te empiezas a pregun tar por qué no hay gente como tú en la televisión; por qué eres la única latinoamericana