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ENTREVISTA | MÓNICA OJEDA 

ENTREVISTA | MÓNICA OJEDA 

Por: Marcos Almendros

Nos citamos con el libro que no habíamos sido capaces de soñar. Nos encontramos con la escritora que derriba las fronteras de los géneros literarios. Aquí tienes un volcán, un animal de poder, un gustoso veneno. Una novela que va más allá de la lógica. su lógica reside en la poesía. y, paradójicamente, en la Euforia y en la pasión. Hablamos con Mónica Ojeda sobre sus Chamanes Eléctricos.

Madrid llueve calle abajo y nuestros paraguas secos nos refugian de llegar empapados a nuestras citas. Hoy es un día montañoso y ruidoso en Madrid, un poco caótico. Un día perfecto para citarse en un céntrico café con Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988), rodeados de turistas y estudiantes en busca de sus desayunos ingleses. Llegamos con los hombros apretados y con las agujas del reloj marcando puntualmente la hora del ángelus. En muy pocos días, Mónica comienza a presentar en esta ciudad su nuevo libro, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, una novela apasionada, salvaje, espontánea, rítmica, absolutamente cromática, obsesiva y eufórica. No voy a utilizar demasiadas caricias para hablar de este título porque es más valioso estimular que halagar, aunque se antoje innecesario: sospecho que estamos ante una novela que va a ocupar muchísimo espacio en librerías de España y Latinoamérica en los próximos meses. Y lo hará merecidamente.

Té y café. Poesía y libros. Contamos las sílabas como el que cuenta las gotas caer. La experiencia del papel. Así es este libro: un festival de música, un festín literario, la paternidad que no llegó a ser paternidad, la búsqueda de los animales que llevamos dentro. “Me interesa mucho pensar la escritura como un ejercicio de riesgo”, reconoce Ojeda. “No me interesa como algo artificioso o desde un lugar de comodidad”. Mónica habla de la literatura con emoción y conocimiento, con la firmeza de haberlo interiorizado de tanto razonar sobre ello. “La manera en que yo pienso la escritura tiene que ver con llevar el lenguaje a determinados límites experienciales. Eso me hace vincular la escritura con la música, por ejemplo, y con un mundo simbólico que te lleva a estirar las posibilidades de las ideas y ponerlas en zonas vertiginosas. Todo eso es atmosférico. Creo que mis historias transitan vértigos y abismos particulares… Cuando entra en el lenguaje, la palabra sufre una especie de temblor, algo sísmico, y eso me interesa casi más que la propia historia”.

“El último cuento de Las voladoras -el libro de cuentos que publicó en 2020 en la editorial Páginas de Espuma- habla de un padre al que se le muere la hija y que trata de revivirla a través del cuerpo de la madre en una especie de western zombie andino. Aquel cuento en realidad salía del borrador que yo tenía para esta novela, de lo primero que escribí de Chamanes eléctricos… No es el inicio en sí, sino las partes de los cuadernos del bosque alto, las partes que escribe el padre de una de las protagonistas: un hombre solitario, un lobo estepario que está muy nervioso y tenso porque su hija, la hija a la que abandonó, lo va a ir a visitar. Cuando empecé a escribir esa novela sabía que sería el centro porque es así como surgió”. No es Mónica, realmente, una persona a la que tengas que preguntarle; ella se encarga de abrir todas las puertas, de mostrarte jardines de cactus o selvas de letras. Es una cascada, como sus libros. Una carrera indómita, un grito de aliento.

El libro empieza con los personajes decidiendo ir a un festival de música experimental y danza. “Estos personajes son muy distintos entre sí y son las voces iniciales de la novela, bastante delirante porque cada quien va a lo suyo. Quería construir esa atmósfera de un festival de varios días, donde hay drogas y la percepción del tiempo es rara porque no tienes realmente una concreción lineal y todo se difumina. Esa parte del festival es mucho menos ordenada que la parte de los cuadernos del bosque, donde vive el padre”.

Antes de la publicación de Chamanes en un coloso editorial, Mónica Ojeda había publicado las novelas Mandíbula -que fue su lanzadera universal- y Nefando (ambas en la ed. Candaya), el mencionado libro de cuentos Las voladoras y el poemario Historia de la leche. Su salto ha sido desde editoriales independientes que creyeron en su talento. “Candaya y Páginas de Espuma han sido mis casas, son editoriales a las que admiro profundamente y seguimos estando muy cerca. No sé cuál será mi próximo libro, pero posiblemente pueda seguir publicando con ellos”, reconoce. Seguramente una de las cosas que vieron en ella fue su concepción libérrima de las ataduras del estilo: “Yo no veo los géneros tan radicalmente separados. Eso es algo que se hace desde la academia y desde miradas más filológicas […] Cada género tiene sus particularidades, pero en tanto que hay escritura es muy fácil que se empiece a mixturar…Hay una frase de María Negroni que siempre repito porque me parece absolutamente cierta: ‘La escritura no conoce de géneros’. Cuando estás escribiendo la frase se va por donde se quiera ir, un párrafo te puede colindar con lo poético, y a  veces se te va por otros lugares. Hay algo salvaje e indómito en la escritura, de repente surge lo inesperado, irrumpe la poesía en un formato que no es el del poema. Para mí son fundamentales el sonido y la música: en narrativa muchas veces nos olvidamos de que la palabra es un instrumento sonoro”.

Nuestro encuentro pone un punto y aparte ante las obligaciones que nos impone la vida. Salimos del café, que se ha quedado frío, y andamos calle abajo acompañando a la lluvia que adelanta a nuestros pies. Compartimos un paraguas como el que comparte un poema. Seguimos hasta la librería más cercana y nuestros caminos no se separan, simplemente se dispersan hasta el siguiente encuentro.

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