[ENTREVISTA] ANA BARRIGA
Por Luis Argeo
Cuando tu vida es la pintura, resulta inevitable ver el mundo, su gente, desde el filtro pictórico que marcan tus ojos. Le pasa a Ana Barriga, quien saltó a ese universo hace unos años y ahí sigue dando volteretas. “Es una maravilla”. Y no hay quien la frene. Ana Barriga define ese universo como agujero negro al que la empujó el encargado de una cafetería donde trabajó tras abandonar los estudios, de chica. Ahora lleva año y medio afincada en Londres, pero se mueve y viaja tan a menudo que, tal y como ella apunta con su marcado acento del sur, “no sé dónde tengo ya las bragas, figúrate”.
Según cuenta al teléfono, no fue una niña pegada a un escritorio, no hubo tardes entre ceras de colores y rotuladores carioca, creando mundos fantásticos. No. Ella pasó su infancia en Jerez de la Frontera dentro del taller de su padre, jugando con tornillos, desmontando transistores o cachivaches llenos de piezas. “Él tenía un taller de cerrajería y era un manitas, me llamaba mucho la atención todo cuanto hacía. Ahora voy entendiendo más cosas, pero entonces yo descubría el mundo desde allí, me encantaba”. Esa niña distraída y con poco recorrido para las matemáticas o el aprendizaje de memoria descubrió el arte lejos de casa. “Mis padres me ayudaron a encontrar un trabajo en aquel bar, donde comencé poniendo desayunos. El encargado fue quien me engañó de mala manera para meterme en una escuela de arte. Y eso me cambió la vida”. Porque comenzó a estudiar ebanistería, diseño de muebles, arquitectura efímera y otros módulos. Fue ahí donde la chica distraída comenzó a recibir elogios de profesores y compañeros. “Entonces me planteé entrar en la universidad, aunque ya era la puretilla, la señora, a mis 24 años. Además, para mi familia y para el entorno donde yo me crié, resultaba más fácil llegar al planeta Marte que entrase alguien como yo en la universidad”. Pero Ana entró. La carrera de Bellas Artes en Sevilla le abrió nuevas puertas, le inyectó entusiasmo, curiosidad, la necesidad de aprender más. Cierta asignatura de primer año vinculada a la pintura de bodegones generó el núcleo desde donde la jerezana se lanzó a lo pictórico con suma pasión. Quedaría tan pillada que se dedicó en cuerpo y alma a ella, para intentar entenderla. “Yo a veces me siento como esos cazadores de pokémon: te pones en medio de la carretera y te quedas mirando a tu pokémon, y da igual que pase un camión que te va a reventar, que a ti te la sopla, tú vas a seguir ahí, buscando el bicho que has descubierto. Eso me pasa a mí con la pintura”. De momento, no hay camión a la vista. Su obra se vende en menos de dos horas en ferias de medio mundo -Nueva York, Madrid, este mes en Ibiza (feria CAN)-, o incluso antes de que salgan a la venta al público, pero Ana Barriga continúa viendo su vida en tránsito constante. “Cada proyecto, sin menospreciar los pasados, es más interesante, porque se alimenta del anterior”.
En su estudio trabaja con lienzos sin montar. Directamente, grapa la tela sobre la pared. El bastidor espera su turno. “Al hacerlo así, tengo una actitud más fresca, menos solemne. Si sale mal, se corta y adiós muy buenas. A veces pinto tres metros y luego me quedo con 20 centímetros, y eso me lo permite la idea de entender la tela como un papel que se arruga y se tira”. Para Ana, además, la pintura es como un compañero de baile. “Nos encanta esta canción, pero nos hemos pisado diez veces. Pues no vale. Tenemos que ir al compás”.
Los ritmos llegan a través de los materiales, y ella emplea los mismos desde hace tiempo: óleos, esmaltes, rotuladores y spray. “Trabajo con una materia que de alguna manera está viva. Entre ambos tiene que darse respeto mutuo. Y entendimiento. Por ejemplo, empecé a utilizar el spray como casi todo, por puro desconocimiento. Fue esa parte canalla, atrevida, de no tener ni puñetera idea de cómo usar un spray, la que me empujó a probarlo. Porque me parecía guapísimo. Ahora, cuando consigo un trazo correcto, yo me digo: ‘¡¡¡Coño, qué feo, ya estoy aprendiendo, qué horror!!!’”. Sin embargo, cuando la boquilla se obstruye o Ana la roza contra la tela en un mal cálculo, la artista disfruta: “Así se generan unas texturas preciosas”. Cada material, cuando baila con Ana, exige sus tiempos, y ella misma también tiene sus preferencias. “Al óleo le tengo un amor-odio que flipas. Porque es un material feo, asqueroso, una pasta guarra que huele mal, pero luego saca ese color que oculta todo lo que he dicho, y tiene esa facilidad para mostrar la pura belleza de la materia, esa parte carnal, real… Le falta respirar, nada más. El esmalte es sintético, me lleva a esa parte industrial, artificial, pero también espiritual, con sus brillos, sus satinados… Cuando los junto todos, se monta la fiesta. Y ahora estoy metiendo brillantina. Hace unos años decía: ‘Joer, qué hortera es la brillantina’. Y hoy estoy pintando con ella, mira qué finta…, por hablar”.
Ana Barriga ha preparado un lienzo de ocho metros para su expo individual Say Cheese en la galería londinense Carl Koystál, con la que irá en julio a la feria de Ibiza. “A Londres vine sin nada cerrado, sin planes, pero con la intuición de que podía hacer unas esculturas para el edificio donde estoy, y también con el deseo de trabajar para la galería Carl Kostyál. Al mes de estar aquí ya tenía ambas cosas avanzadas. Recuerdo cuando vine hace tres años, por primera vez en mi vida. Ahora no piso igual que entonces, claro, ni tengo los miedos que tenía, tengo otros. Hoy trabajo en un estudio que es una buhardilla desde la que puedo ver la famosa noria de Londres. ¡He nacío de pie!”.