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ENTREVISTA | NATALIA LACUNZA

ENTREVISTA | NATALIA LACUNZA

Por: Marta España

En el dilema entre ser cabeza de ratón o cola de león, Natalia Lacunza lo tiene muy claro. En un lustro de trayectoria su paso por la academia de Operación Triunfo ha resultado ser meramente anecdótico, ni tan siquiera un eje significativo para dibujar un diagrama de su evolución musical. Con ‘Duro’ establece una nueva frontera entre lo personal y lo profesional, pero al mismo tiempo amplía las barreras que en cierto aspecto mantenían contenido su sonido. Es ahora o nunca. Es todo o nada. Pero Natalia nunca vino aquí para nadar a favor de la corriente.

“Es más una necesidad que una voluntad”, afirma Natalia Lacunza después de comentar que se tomará un descanso tras la publicación de Duro, su flamante nuevo EP. Duro por lo costoso de situarse en el foco mediático, pero duro también por lo pegados que van sus beats, como si estuvieran buscando calorcito. “Necesito hacer un parón a nivel emocional, personal, mental y físico. Trabajo todo el rato con mi emoción, mi cuerpo y mi voz… La vida es una montaña rusa y necesito pasarme al otro polo para ser feliz y estar tranquila con lo que hago”. Quedamos en el bar donde desayuna todas las mañanas. Me pregunta si puede liarse un cigarro con mi tabaco. Con la grabadora encendida, conversamos sobre varios asuntos que por supuesto no se verán reflejados en esta entrevista. En sus cinco años dedicándose a la canción se habrá cruzado con bastantes buitres, pero decide depositar su confianza durante el rato que estamos charlando. “La música es un trabajo que conlleva muchísimo desgaste emocional. Además, mi carrera la planteo como un proyecto súper personal, yo no sé hacer música de otra manera, y tampoco sé expresarme de una forma más opaca. No puedo ponerme una careta de algo que no soy. La exigencia, a nivel exposición, es súper alta, y llega un momento en el que estás un poco infeliz porque estás todo el rato exponiéndote… también necesitamos contraernos. Y estoy un poco en ese momento”. No seré yo quien traicione su confianza.

Aunque la de Pamplona esté manejando su transparencia en toda esa tediosa y escalofriante parte extramusical que forma parte de la industria, su forma de concebir la creación artística va intrínsecamente ligada a su intimidad. “En mis canciones siempre estoy contando cosas de mí, son una purga emocional y mental. He sido muy leal a esta movida de fusionar ambos mundos, el personal y el musical. Al final, te desnudas completamente, y eso es algo que tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, pero es mi forma de hacerlo. No he conseguido encontrar una fórmula diferente, la música a lo largo de mi vida ha sido algo que me ha ayudado a cerrar etapas, a abrir otras nuevas, entenderme a mí misma y construirme como persona. Lo que canto es el reflejo de todo eso”. Por supuesto, la consecuencia inmediata de su exposición es el desgaste emocional de varios meses de trabajo sin descanso: “Creo que es algo que la gente no llega a entender del todo”, dice. “Evidentemente soy superafortunada y yo lo sé, así que cada vez que me siento mal me autosaboteo mazo, pienso que no puedo sentirme así porque tengo una suerte increíble de poder dedicarme a lo que me dedico. Eso no quita que se me haga bola ahora mismo la situación. Aun así, la necesidad de hacer música y de escribir es algo que no se va en ningún momento. Necesito parar de girar, de hacer promo, de exponerme de una forma constante, pero mi intimidad y mi escritura siguen ahí y es lo único que me apetece hacer ahora mismo”. Quizá hemos hecho que los artistas se conviertan en los ídolos que nunca pidieron ser, que nunca quisieron ser. Como un día dijo Lorde: “Si estás buscando alguien te salve, esa no soy yo. ¿Necesitas alguien que alivie tu dolor? Pues no soy yo. El salvador no soy yo. Yo solo espero que el sol nos enseñe el camino”.

Lacunza comenzó su carrera musical con 19 años, y ahora tiene 24. Ya sea porque su proyecto no ha crecido de forma orgánica -se saltó ese cajón de-sastre donde se aglutina todo lo emergente cuando en 2018 entró en la academia de OT-, porque su maduración tardía se ha sucedido a la vez que su discografía, o porque simplemente es un culo inquieto, en Duro la cantante busca dar voz a algunas ideas con las que no había experimentado antes: algo de reguetón suave, otro poco de la new wave urbana que pega fuerte en la generación Z, y todo sin perder de vista el sonido que estaba madurando en Tiene que ser para mí (2022), su primer LP. “Me apetece hacer muchas cosas, probar muchos géneros diferentes, y expresarme de una forma en que no había trabajado antes, pero que forma parte de mí también. Con este EP he conseguido romper muchas barreras a nivel creativo, porque realmente creo que estoy escribiendo mejor que nunca, y estoy haciendo conceptual y musicalmente cosas que para mí son interesantes. Evidentemente no es un proyecto que tenga redondo desde el punto de vista de la narrativa, porque cada canción tiene su razón de ser y ese precisamente es el concepto”.

La necesidad de publicar un EP que se acercase al género urbano proviene de los referentes musicales que ha escuchado durante este último año: Karol G, Paloma Mami, Latin Mafia, CA7RIEL o Paco Amoroso son los primeros nombres que le vienen a la cabeza. “Eso no quiere decir que yo me vaya a quedar en el reguetón, pero tengo un poco de pique conmigo misma, quiero ser capaz de hacer algo diferente sin caer en el síndrome del impostor. Me apetece expresarme con este lenguaje, tengo como cincuenta mil vías diferentes abiertas en paralelo, y esta en concreto es la que se ha dado en este momento por mi propia apetencia, independientemente de que el reguetón ahora sea tendencia a nivel mundial”.

Duro se presenta como un juego o un reto, aunque no por ello ha de ser tomado menos en serio que su predecesor. Su disco debut salió tres años más tarde de que Lacunza se diera a conocer, y siente que el presente es el momento donde más domina su profesión: “He compuesto una barbaridad de canciones en el último año, más que nunca en mi vida. He mejorado mucho como compositora, también soy más productiva y eficiente cuando escribo. Llevo muchos años practicando muchísimo, y ahora por fin estoy notando los frutos de eso. He hecho, como, no sé, cincuenta canciones en 2023”. Ahora que domina el arte de hacer canciones es cuando siente que puede jugar con otras narrativas, aunque los códigos líricos de la música urbana no terminen de encajarle del todo: “No me siento cómoda hablando de cosas que no me han pasado, o con algunos discursos que me hacen parecer como un poco… flipada”. Aun así, afirma que ya no le sale de forma natural asociar intimidad con vulnerabilidad, y que también puede expresar sus emociones desde una postura dominante.

Así, su reguetón no se ajusta el género, sino que resulta una forma clubera de afrontar su propia introspección: fuera de la radiofórmula, sus canciones siguen enmarcándose en ese -no tan- meme de Internet de “música for girls and gays only”. “La forma en la que los demás reciben mi música es responsabilidad de la gente, pero me parece lo puto más estar en ese sector de música para lesbianas. Yo vivo una realidad y tengo una orientación sexual concreta, pero más allá de eso pertenezco a un grupo y entre todas generamos una comunidad. Hemos estado invisibilizadas mazo de tiempo, así que estos nuevos espacios seguros han salido de forma natural y es lo más bonito que nos puede pasar. Inconscientemente, ha habido muchas veces en las que me he limitado a mí misma pensando que yo no pertenezco a una determinada escena, que no puedo hacer algo, o simplemente que no se me da bien el negocio de la música. El amor de esta peña contrarresta mi síndrome del impostor. Le da un poco de sentido a publicar canciones, porque la gente como yo lo recibe y se lo apropia, comparten algunas de mis vivencias, le dan un nuevo significado, su propio significado”.

Natalia Lacunza no mantiene ninguna puerta cerrada, pero sabe cuáles son los espacios donde se siente segura, las narrativas con las que se encuentra cómoda, la música que nutre su cabeza y los ideales que conforman su personalidad. Quizás el conjunto de todo ello sitúa a la cantante en un espacio más disidente que el que le han abierto sus propias oportunidades, pero desde esa atalaya es capaz de liderar la brecha.

Going to the club

El club no solo es un espacio de recreo, de diversión. No es un parque de atracciones en el que te sirven copas y donde puedes sneakear droga. Ante todo, es un espacio de autoexpresión, y por esa naturaleza siempre ha estado relacionado con lo revolucionario. La contracultura rave, el ballroom y el house de Chicago o Nueva York, el reguetón en el Caribe o el kuduro en Angola… siempre hay un club dispuesto a acoger la disidencia. Ha ocurrido, siempre, con las disidencias raciales, generándose verdaderas comunidades en torno a la música de baile pero trascendiéndola hasta el plano de lo social y lo relacional. El club, quizá porque de noche y camuflados entre la oscuridad y las luces estroboscópicas todos los gatos son pardos, o quizá por su efecto absorbente y trancero, es igualador, es utópicamente democrático. Y está construido, además, alrededor de una de las mayores formas de revolución: el hedonismo. Solo desde el hedonismo se puede empezar a entender las verdaderas posibilidades de reapropiación. Solo desde la exaltación sublime del placer se pueden expandir los propios límites y, sobre eso, empezar a construir nuestras propias narrativas.

El eco que tienen los avances de la tecnología en las posibilidades de distorsión de los elementos y fenómenos reconocibles como humanos -ya categorizados, ya ubicados en una forma prototípica de comportarse, de vestirse, de expresarse- ha servido para que gran parte de los avances en cuanto a las disidencias se den también a través de la música electrónica. Artistas como Arca han escenificado su propia transición mediante la subversión de voces y ritmos electrónicos, y todo el hyperpop ha abrazado la demolición de los límites humanos para romper todas las barreras de la identidad. El club, ahora más que nunca y gracias a la evolución constante de la tecnología, te permite ser como quieres ser, sacar de dentro cosas que están ahí solo como una proyección de nuestra verdadera identidad, esa que se encuentra más allá de lo corpóreo. El club es incorpóreo. Es abstracto y es libre. Y es ciertamente un lugar idóneo para que las artistas del pop coqueteen con su independencia, como siempre demostró Madonna y como ahora ha entendido, por ejemplo, Aitana. La fiebre del baile siempre es provocadora, siempre va a generar escándalo entre los que piensan que todo lo que sucede entre las sombras conspira para derrocar la comodidad de sus días. Pero es ahí donde surge el experimento, bajo el trance del mantra de los ritmos y sabiendo que nadie está mirando, que todo está permitido. La revolución, nuestra revolución, no será sino bailando. Fight for your right to party!

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