“Los movimientos o las decisiones que tomamos no son siempre premeditadas o están perfectamente estudiadas”, corre a corregirme Maite. “No nos ponemos en el local a forzarnos sonar eclécticas para librarnos de encasillamientos. El proceso es totalmente natural…”. “Es más”, añade Marta, “el hecho de construir los temas in crescendo empieza a ser marca de la casa”. Como también lo es esa forma de interpelar al oyente en las canciones que se tornan en una conversación a dos bandas. Es el caso de Qué voy a hacer, su feat. con Natalia Lacunza, o Sorry ojitos… “Yo creo que es como un deje en la manera de escribir, que de alguna forma provoca al oyente”, piensa Aroa en voz alta. “O una manera de hablar con una misma…”, apunta Charlotte. Decidido, han dado con la ecuación, puntualiza Maite: “Eso es, muchas de las canciones son un diálogo interno que puede confundirse o convertirse en externo. Quizá es esto lo que comentas”. Parece pues que no hay tanta intencionalidad al ponerse manos a la obra con las canciones, que Shego confían bastante en las virtudes de dejarse llevar. ¿Correcto? “No creo que haya un esquema de cómo hacer las cosas”, afirma Raquel. “Desde luego no somos de cocinar a fuego lento en el estudio”, sentencia Aroa. “Las canciones salen por combustión espontánea, surgen de una idea raíz y en el local crecen”. En el local, y también en el estudio, han sobrevolado bastantes influencias a la hora de darle lustre al disco. “Han estado muy presentes Warpaint, Sharon Van Etten, Triángulo de Amor Bizarro, Jaden Smith, Little Simz, Biig Piig, Daniel Caesar…”, reconoce Maite. Claro que sin atarse a nadie. “Cada canción tenía una influencia que aparecía en la parte final del proceso para terminar de darles forma”, apunta Aroa.