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ENTREVISTA | DEPRESIÓN SONORA

ENTREVISTA | DEPRESIÓN SONORA

Por: Marta España

‘Makinavaja’ es el nuevo trabajo de Depresión Sonora, un EP de cuatro canciones con menos carga conceptual y un viraje hacia las melodías brillantes. Para él, se trata de su trabajo menos oscuro, más maduro, fruto de un año de descubrimiento personal gracias al directo. en ese año nómada en el que recorrió casi toda América, halló un camino cuasi-espiritual en el entendimiento de su yo individual.

Marcos Crespo considera que  todo lo que tenemos que saber sobre él ya aparece en sus canciones, y que en nuestra responsabilidad recae el buen entendimiento de las mismas. No es muy amigo de la promoción, y lo afirma sin miramientos: “Me han chupado la vida hoy”, dice mientras se encoge de hombros y mira hacia otro lado. Sobre ese halo de inapetencia se refleja su trayectoria del último lustro, y es que Crespo continúa siendo ese chaval de Vallecas que, misteriosamente, aparecía de cuclillas con una lata de cerveza haciendo equilibrios sobre su cabeza. Ahora, sin embargo, ha trascendido la escena Internet, que tan confortable era por su flexibilidad, y se resigna ante esa amalgama de agentes llamados industria. Gracias a eso tocará en Coachella este año, pero hay otras cosas -como hacer esta entrevista- que le mosquean bastante: Ya no hay verano sigue siendo su gran hit; le basta para legitimarse como compositor hecho a sí mismo al que cualquier ámbito musical fuera de lo sonoro le resulta una pantomima.

Hace un año publicaba su álbum debut, El arte de morir muy despacio, un LP conceptual dividido en tres capítulos en el que reflexionaba sobre la existencia de una forma más material que metafísica. Ahora regresa con Makinavaja, un EP más ligero, menos trascendental y con un componente pop impactante. Pese a ello, lo considera su trabajo más maduro hasta la fecha: “Todo ha cambiado mucho desde que salió el disco. Lo escribí hace dos años, así que Makinavaja ha sido la forma de hacer que el proyecto madure”. Siguen muy patentes, eso sí, la autodestrucción y el hedonismo propios de la juventud, la nostalgia ochentera en la producción y, aunque envuelto de shoegaze -su bajista es Dharmacide-, un post-punk indivisible de su figura. Crespo encuentra ese desarrollo a través del cansancio y la experiencia: “Este año he girado por toda Latinoamérica, por EEUU, y además he grabado estas cuatro canciones. Estar fuera de casa tanto tiempo se volvió bastante duro, pero he cambiado gracias a lo que he vivido y la gente que he conocido, sobre todo fuera de España, que no tiene nada que ver conmigo culturalmente. Aun así, intento centrarme en lo que es mi realidad cotidiana aquí en Madrid”. La narrativa de esta nueva etapa mantiene las directrices de construcción del ídolo tan importantes en la autenticidad urbana, en conjunción con algunos valores de la Generación Beat y las novelas alegóricas de Herman Hesse. Con Makinavaja, Marcos Crespo se postula como un Siddharta moderno: ha vivido mucho, ha descubierto el mundo y ha pasado de la nada al todo gracias a esa meritocracia que solo afecta a unos pocos. “Me va mejor en la vida, y el EP suena en consecuencia. Tengo un alquiler que puedo pagar. Trabajo de lo que me gusta. Sí, es más luminoso, a excepción de la última canción. Yo creo que es inconsciente, porque un artista no piensa lo que escribe. Me expreso, y creo que en las cosas que escribo se acaba viendo reflejada la realidad de lo que me pasa”.

Su concepto de ser humano sabio y experimentado, por otra parte, es bastante diferente a la adultez canónica: “A veces se confunde el hecho de ser adulto con ser una máquina. No me gusta idealizar ese concepto como el de una persona responsable que hace todo bien, que no tiene problemas mentales o cosas que le intriguen. Hay que tener compasión con uno mismo. Además, me he dado cuenta de que esa figura que me imaginaba de niño de ser mayor no existe. Mis padres son personas que tienen problemas, que la cagan. No son tan diferentes a lo que soy yo”. Bajo esa búsqueda vital del nirvana hay cierta ingenuidad pueril o pataletismo. Y es que el EP nace, en parte, de llevar la contraria a su audiencia: Makinavaja es una tira cómica de El Jueves, pero eso no le quita seriedad. Para mí supone un punto de inflexión: puse ese título por hacer exactamente lo contrario a lo que se espera de mí, o a lo que debería ser Depresión Sonora. Por eso la portada es blanca o los títulos son menos elaborados. Quería romper con todo lo que hacía antes”. Ser considerado la voz del post-punk GenZ en castellano ha sido una carga más que una virtud -en más de una ocasión ha afirmado que Molchat Doma no son en absoluto sus referentes-, y por eso ha procurado sobrepasar sus límites: “La gente me tenía muy encasillado. Hacer lo que me apetezca en cada momento es lo único bonito y puro de verdad. Al disco le tengo mucho cariño, pero lo veo con nostalgia. Han pasado muchas cosas en medio, así que hay un Marcos ahí reflejado que yo ya he superado”.

Depresión Sonora se adapta así a los planes de lanzamiento más masivos, pero en su caso es fruto de la necesidad, la autoexigencia y la inseguridad: “Soy la típica persona que, justo cuando está terminando un trabajo, piensa que todo lo que ha hecho es una mierda. Intento ser menos duro conmigo mismo, entender que si lo he hecho es por algo. Sé que dentro de un tiempo lo veré con otra perspectiva. Pero sí, me exijo mucho haciendo música. Llego hasta donde llego, pero hago ese esfuerzo por intentar cada vez hacerlo mejor. Gracias a eso, ahora tengo más libertad para hacer lo que quiero. He trabajado más sobre las canciones, están más producidas, tienen más elementos. Estoy bastante contento con el resultado, y creo que es el momento en el que más satisfecho estoy con mi música”. Así, el trabajo sirve como ejercicio de autoayuda y diario sonoro en el que Crespo ilustra la búsqueda del yo-maduro y sus consecuencias: “Intento trabajar en mí mismo, en estar mejor y vivir las cosas de forma que me haga bien. Tengo herramientas para los autocuidados: supongo que si tuviera problemas personales acabaría en un punto más oscuro. Me escucho más, soy menos duro conmigo mismo. Intento darle perspectiva a lo que sucede, no me encierro en prejuicios y en lo inmediato”.

Bajo ese discurso más contemplativo que nihilista se inscriben canciones como Nada importa, a la vez que sorprende esa necesidad de “tomar pastillas para volver a soñar” de la que habla en Estupefacientes: “En ningún momento intento romantizar nada, pero vivimos una realidad muy complicada, y al final drogarse es una forma de evasión. Nos come la ansiedad, no somos capaces de parar y hacer introspección porque no sabemos qué va a ser de nuestra vida y acabamos tapando esos agujeros de la forma más rápida. Nos evadimos con eso o el mismo TikTok, no dejando hueco a cualquier estímulo un poco más llamativo”. Con todos los elementos que conforman su nueva era, Crespo formula un discurso que encaja muy bien dentro del monomito, de ese viaje del héroe de J. Campbell: un protagonista que deja atrás su vida cotidiana para enfrentarse a un desafío y vuelve a casa como una persona renovada, más sabia, sensible y espiritual. Si Depresión Sonora prefiere no incidir en ello, aunque sea su propia historia, será porque ya ha sido contado demasiadas veces, o porque nunca se deshará de la bruma pasota que rodea su figura: “He vivido una etapa de desidealizar la realidad. Se me tachó de nihilista porque no se me entendió, y me di cuenta de que, si me cuidaba, volvería a ser importante. Dentro de la ira tienes que sacar espacio para comprenderte. Aun así, yo no me siento representante de nada. Muestro mi realidad y la gente se identifica con ella, pero me parece fuerte abanderarse de algo que es tan cotidiano y que nos sucede a todos”.

 

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