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ESTRENO | LA BESTIA EN LA JUNGLA

ESTRENO | LA BESTIA EN LA JUNGLA

Por: Felipe Rodríguez Torres

“Me encantan los secretos ocultos detrás de una pintura”. Esta frase, que el personaje de May (interpretado por Anaïs Demoustier) le dice al personaje de John (Tom Mercier) es la clave para entender, apreciar y disfrutar ‘La bestia en la jungla’ de Patric Chiha. Una adaptación del relato homónimo de Henry James, situado entre 1979 y 2004, en la que el cineasta, de la mano de su musa Beatrice Dalle, nos sumerge, sin abandonar el interior de un club nocturno, en un universo donde el hedonismo y el existencialismo se dan la mano. Y un morreo.

La casualidad ha provocado que ‘La bestia en la jungla’, uno de los relatos cortos más reputados del escritor británico Henry James publicado en 1903 dentro de la antología The Better Sort, sea trasladada al cine con el estreno casi simultáneo de dos obras. Ambas toman pues como punto de partida una historia situada a finales del siglo XIX en Italia: a través de la relación de dos jóvenes llamados John y May, le serviría a James tanto para explicar su compleja y solitaria vida privada como para plantear un ensayo existencialista sobre el vacío, valga la redundancia, existencial. Posiblemente La bestia, el nuevo trabajo de Bertrand Bonello protagonizado por Léa Seydoux -a estrenar en el mes de abril tras su paso por festivales como Seminci o el SEFF-, sea posiblemente la que más expectación provoque. Pero la segunda de ellas, la adaptación homónima dirigida por el cineasta suizo Patric Chiha, será una de las obras más interesantes, vanguardistas y visionarias que se estrenen en este 2024 cinematográfico.

¿Por qué una obra de hace más de un siglo ha llamado la atención de cineastas contemporáneos tan dispares como Bonello y Chiha? “El relato lo leí por primera vez hace más o menos unos diez o quince años y por supuesto que me gustó mucho”, me cuenta el director suizo. “Pero no solo porque algo te guste acabas convirtiéndose en tu próxima película. Además, tenía la sensación de que este relato hablaba de manera muy potente acerca de nosotros, del presente, de una manera tan sencilla como a la vez misteriosa. Nos habla de aquello que esperamos y buscamos de la vida, y sobre aquello que perdemos de la vida en ese espacio de tiempo que vivimos mientras esperamos algo más. Y creo que ese sentimiento, esa sensación, es algo que todos entendemos y en lo que podemos vernos reflejados. Creo que el relato de Henry James nos habla de algo profundamente humano y profundamente vinculado a nuestras expectativas sobre la vida y la existencia, y también posiblemente acerca de la pérdida del ahora, del momento presente”.

Aunque la obra original transcurre a finales del siglo XIX en Italia, Chiha tomaría dos decisiones esenciales que le darían la vuelta -más en la forma que en el fondo- a la narración original. La primera de ellas, situar la acción en un club nocturno porque “el club era la clave de la película”. “Cuando decidí adaptarla no quería situarla en el siglo XIX en Londres. Y un día, caminando por la calle, de repente tuve la idea de ubicarla en un club nocturno. Fue algo muy extraño. De repente la idea aterrizó en mi cabeza y sentí que era la idea correcta. No tengo una respuesta o una explicación racional para ello, pero sentí que era una buena idea. Puede que sea porque adoro las discotecas, la idea del baile, mirar los cuerpos bailando, el movimiento cinético y constante de los cuerpos… Pero sobre todo porque el club nocturno es el lugar donde puedes escapar de la realidad, pero donde esta, a su vez, regresa de golpe. Creo que es un lugar en la realidad en el que intentamos vivir más, más grande y mejor. Donde soñamos o nos introducimos en otra vida separada de la cotidianeidad. Y a la vez, en el club, sentimos, por la mañana o al final de la noche, que la realidad está ahí, que vuelve para golpearnos”.

El otro gran cambio frente al relato original -y que va en consonancia con la decisión de situarlo en un club-, fue acercarlo a nuestro presente. A los años ochenta y noventa -en concreto, entre 1979 y 2004-, organizándose en torno a tres acontecimientos que marcarían dicha época: la caída del muro de Berlín, el 11-S y, entre ambos acontecimientos, la epidemia de SIDA. “Desde el principio teníamos claro que queríamos situarla entre los años ochenta y los noventa”, reconoce Chia cuando le pregunto sobre la elección de esos sucesos precisos. “Yo nací en 1975 y comencé a ir a clubs a principios de los noventa, cuando cumplí 15 años. No fui testigo de primera mano de la vida nocturna de los ochenta, pero en los noventa teníamos una impresión clara y precisa de lo que fueron, del imaginario sociocultural de dicha época. Todavía había una huella fuerte y clara en los noventa. Y sentimos, tanto en la escritura del guion como en la vida real, que la ruptura entre una década y la otra era muy clara, que realmente en esa transición había ocurrido un gran cambio, tanto con la caída del muro de Berlín a nivel sociopolítico, que marcó a toda una generación, como en la cultura, la música… Y por supuesto el SIDA, que no comenzó en los noventa sino antes, pero que en mi vida íntima y personal fue algo que me marcó profundamente. Yo empecé a ir a clubs cuando todo esto estaba ocurriendo. Y la muerte no dejó de estar presente durante todo este momento de placer y descubrimiento. Fue una experiencia vital muy fuerte y poderosa, y he intentado mostrarlo para poder explicar lo que significó el SIDA, al menos para mí. Y, por supuesto, la caída del muro de Berlín fue algo que marcó a una generación. Aun así, no soy naif y sé que los ochenta no fueron idílicos”, concluye el suizo. Y es una idea que consigue reflejar en la película. Pero sí que representan, en el imaginario popular, una explosión de la música y el baile, del hedonismo nocturno… Hay una especie de euforia liberal y una sensación de que el futuro es prometedor. “Y eso también queríamos transmitirlo, esa sensación de disfrute y de desinhibición o despreocupación que se relaciona con los ochenta. Porque, además, siento que es algo que cambió con la llegada de unos años noventa que, por supuesto que fueron también muy disfrutables, pero que se vuelven más duros y fríos, más oscuros, también. La música estaba cambiando, las drogas estaban cambiando, los cortes de pelo, la ropa, los rostros… En definitiva, creo que la elección de periodo se basó en resaltar los grandes contrastes existentes entre las distintas épocas. Y por supuesto es muy triste, porque en el medio de estos cambios, de estos contrastes, nos encontramos con el SIDA”.

Unos contrastes que también se encuentran en el interior de una película que fusiona y contrasta el hedonismo del club nocturno con la angustia existencial de los personajes de John y May. Sobre esto, Chiha tiene mucho que decir: “Lo que amo en el cine y también en la gente es que a la vez somos muy profundos, nos hacemos grandes preguntas, y a la vez, tanto la vida como nosotros actuamos de una forma muy superficial y epidérmica… Intentemos explicarlo de una manera más sencilla. En un club, por ejemplo, somos a la vez actores y espectadores. Cuando vamos a una fiesta nos encanta mirar y observar a la gente. Y nos relacionamos en ese entorno de una forma eminentemente física que tiene mucho que ver con la superficie de las cosas:  la ropa, el baile, la música… Pero, a su vez, en un club o una fiesta existe una sensación de dejarse llevar, de ir más allá de nosotros mismos, que creo que puede reflejar algo muy profundo acerca de la vida, como un acto místico en el que desgranamos nuestra propia existencia sin haber ido en busca de preguntas y respuestas. Es en ese contraste entre las grandes preguntas, las preguntas de nuestra psique más profunda, y los aspectos más superficiales del mundo, donde se encuentra para mí la verdadera magia del club. Y lo que es realmente misterioso dentro de la película, incluso para mí -no tengo las respuestas realmente, aunque yo haya hecho la película- es lo siguiente, y creo que es una pregunta fundamental: ¿John y May echan de menos la vida o en realidad viven más que los otros?”.

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