LANA DEL REY: EL DIVORCIO ENTRE AMÉRICA Y LA QUE UN DÍA FUE SU NOVIA
EL DIVORCIO ENTRE AMÉRICA Y AQUELLA QUE FUE CONSIDERADA SU NUEVA NOVIA LLEVA HACIÉNDOSE PATENTE DESDE HACE AÑOS, LO QUE HA DADO PARA UN PUÑADO DE DISCOS SOBRESALIENTES QUE HAN EXPLICITADO QUE LANA DEL REY NO PAGA DEUDAS Y TRANSITA UN UNIVERSO QUE SOLO LE PERTENECE A ELLA. LUIS BOULLOSA, AUTOR DEL LIBRO ‘ DIEZ MANERAS DE AMAR A LANA DEL REY’ LO EXPLICA A CONTINUACIÓN A PROPÓSITO DE LA PUBLICACIÓN DE DID YOU KNOW THERE’S A TUNNEL UNDER OCEAN BLVD.
Me encanta que Lanita me haga esperar. Es 16 de febrero de 2023 y viajo en un AVE con destino a Murcia, donde no he estado en al menos 10 años. Alguien allí se leyó mi libro –Diez maneras de amar a Lana Del Rey, una especie de viaje alucinatorio a través de la América imaginada– y le gustó. Después, la idea de una simple presentación progresó hasta convertirse en un seminario en el CENDEAC, bajo el sontaguiano título de Contra la interpretación. Comparto escenario esta misma tarde con otros cuatro críticos, y mi ponencia se llamará Muerte y resurrección de la familia: una novelita POP. Aún no sé bien qué carajo voy a contar. La posibilidad de la comuna, supongo. El arco contracultural que va de la familia asesinada a la familia elegida, entre las cuales se extiende el páramo de la vida misma. Albert Camus. Arthur Lee. Elon Musk. Esas cosas. Así que viajo en un AVE con destino a Murcia, algo exhausto después de semana y media de presentaciones y excesos, y, con los ojos cerrados, me doy cuenta de que la cháchara de un grupito de chavales muy jóvenes que están en mi vagón me suena… Hablan, cómo no, de Lana Del Rey. Ahí van ellos, más vivos de lo que volverán a estar nunca, comentando novios, conciertos, amor, puro deseo. Y aquí yo, solo, escuchándolos. Yo que fui ellos. Nos separan unos treinta años de fiebre y cinco asientos de tren, pero nos une Lana. Lana, improbable madre de camadas y camadas de cachorros fluidos. Extrañísima diva lynchiana de los diferentes. Nos une ella y la espera de su nuevo disco, que verá la luz un 24 de marzo que se acerca len-tí-si-mo. ¿Hace cuánto que no aguardaba un disco con este anhelo adolescente, casi doloroso? Muchos años. ¿Cómo llegué a tal anhelo? Lo ignoro. “¿Debo preocuparme?”, me pregunta mi novia, burlona, cuando mi pico de mitomanía se desboca. Y yo qué sé, baby. It’s alright. I’m only bleeding
En todo caso, quien quiera aprender cómo crear una tensión fructífera de espera y una sensación de comunidad entre la base de fans, que pose la vista en Del Rey -y en su equipo, sean quienes sean, genios-. Retirada voluntariamente del foco de las redes -su insta, @honeymoon, es privado-; ajena a los talk shows donde la carnaza americana se exhibe bajo una lluvia de anécdotas joviales; fugada del escrutinio de una crítica con cuyas estupideces construye, sin embargo, una parte importante de su narrativa; todos sus movimientos de retirada han conseguido, paradójicamente, elevar el volumen de su leyenda al once. Han creado un ruido subterráneo, un murmullo a ras de suelo, que es el que acompaña siempre al gran arte. Es un movimiento hacia la sombra que el fan aprueba porque lo siente (lo siento) como un movimiento hacia él mismo, hacia lo comunal, hacia la logia, hacia un tipo de familia. Hacia ese momento de gracia indefinible que podríamos llamar el misterio compartido. Por eso, quizá, siempre que pienso en Lana acabo en Stevenson o en Dylan. En Stevenson porque teorizó la creación del personaje verdadero como un hueco sobre el que el lector ha de cargar sus pasiones personales -que es al cabo lo que desea desde el romanticismo, desde siempre: no un retrato cerrado, sino una figura coloreable y jugable que lo acerque a sí mismo-. Long John Silver, el viejo bucanero de La isla del tesoro es el ejemplo inicial y perfecto de la devastadora efectividad de tal técnica: ninguna de sus representaciones iconográficas nos vale porque cada uno de nosotros ha creado ya su propia imagen personal, irrenunciable- del pirata. Del mismo modo, aunque ambos vivamos bajo su aura, tu imagen de Lana y la mía son perfectamente distintas, condensaciones de deseos internos, acaso concomitantes pero a menudo opuestos. Dejándonos colorear(la), Lana se constituye en icono múltiple. Su personaje es lo bastante fantasmal para llegar con pavorosa exactitud al corazón. Y en Dylan, claro, porque él (re)inventó la fuga ritual que Lana perfecciona: para que no te inmolen en el altar de los medios, en el salvaje deseo de sangre regia de la América capitalista, has de aprender a sacrificarte periódicamente a ti mismo, en el altar de ti mismo. Como sucede con Zimmerman, cada disco de Lanita es una pirueta de renovación, un despeñarse para ser de nuevo, más allá. Depredadora en serie de arquetipos yanquis, cuando se le acabaron los previos Lana empezó a inventarlos por su cuenta, y podemos contemplar ese momento mágico, trascendente, en directo. Es nuestro. Los chavales de mi vagón lo saben -aunque quizá no lo hayan formulado aún-. Yo lo sé también -aunque ahora sé que formularlo no es lo importante-.