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ENTREVISTA | PIPIOLAS

ENTREVISTA | PIPIOLAS

Por: Elena Blanco Esquivel

Como si las siete artes se les quedaran cortas, Adriana Ubani (nacida en San Sebastián y criada en Las Palmas de Gran Canaria, 1997) y Paula Reyes (Alcorcón, Madrid, 1995), las dos mitades de Pipiolas, nos traen un disco de debut en el que, dibujando sus personalísimos trazos entre estilos y registros bien diversos, dejan claro que nunca le rezarán a la misma divinidad ni se casarán con un único sonido. ‘No hay un Dios’, ni complejos, para estas pipiolas con todo el mundo por delante.

Da la sensación de que todo surge sin fricción entre ellas dos y que, en caso de darse, solo aviva la llama de su proyecto. “Estamos en simbiosis completamente. Obviamente somos personas distintas, pero, aunque yo me encargue de la composición, siempre es en conexión con Adriana, porque no compongo para mí, sino para el dúo”, dice Paula, la catalizadora allá por 2020 de esta unión artística entre dos compañeras de escuela de interpretación, para formar lo que hoy es Pipiolas. Sin embargo, los caminos que siguieron las dos para llegar a ese punto también fueron muy diferentes. Adriana siempre tuvo clara su vocación. Con un padre en el teatro y madre cantante, no cayó muy lejos del árbol. “Según mis padres, ya lo vieron cuando tenía tres años, que me llevaron a ver una obra de Calderón, la de El gran teatro del mundo, que es una fumada: al parecer me puse a llorar pensando que se había acabado, y mi padre dijo ‘esta niña va a sufrir, le ha tocado’”, recuerda entre risas.

Para Paula era un poco al revés: ella quería ser médico, como su padre. “Estaba en psicología, pero paralelamente siempre, desde pequeña, he escrito. Además de que en el colegio estaba en danza, en teatro, en coro… Y fue realmente mi padre el que me animó y me dijo que él me veía más en una cosa creativa. Fue él quien me llevó a ver la RESAD. Yo no tenía ni idea de qué era, porque nunca me lo había planteado en serio. Fue ahí cuando me di cuenta de que esto se puede estudiar, que es una carrera”. Y en torno a eso, a labrarse un futuro explotando su vis artística, chocaron sus caminos.

Obviamente el arte dramático fue el primer pilar de inspiración. El teatro no se puede entender leído. Al igual que la música, cuando no es compartido no cumple su función. Con estos principios concibieron el manifiesto de Pipiolas: todas las expresiones que conforman su proyecto están en conversación, y esto es una decisión completamente consciente, pero que no conciben hacer de otra forma. “Cualquier disciplina artística necesita de eso, ya seas el intérprete o el compositor. Si vas a comunicar algo que solamente te hable a ti, será sanador pero será una nota de voz a ti misma como la que nos mandamos todos en el grupo que tenemos con nosotros mismos en Whatsapp, no será útil de forma común. Y el arte es común”, dice Adriana, abanderada intérprete del dúo.

Precisamente en esa búsqueda de lo compartido, de muchas y diversas maneras, llega No hay un Dios, su disco de debut. Un trabajo conducido por innumerables preguntas a falta de respuesta. ¿Dónde está el amor? ¿Cómo se siente estar enamorada de forma sana? ¿Cómo es que te cuiden? Como quien pregunta a un fantasma que vuelve del más allá, como quien reza a un Dios esperando una señal, Pipiolas saben que lo primero es, quizá, formular las preguntas adecuadas. Nos cuenta Paula que la primera canción real de este proyecto fue Pogo en casa, “un vuelco de todas estas preguntas que tienen que ver con miedos irracionales como el de morirse sin conocer el amor. Una vez estaba desahogándome con mi amiga Albanta y le pregunté: ‘Pero ¿cómo es estar al otro lado?’. Y ella me dijo: ‘Paula, no hay un Dios. No hay nada al otro lado. La sensación de estar enamorada te prometo que no va a distar mucho de lo que sientes con los vínculos que ya tienes’”. ¿Son las preguntas una manera de imaginar nuestros propios futuros o incluso de darle forma a nuestras ansiedades y nuestros anhelos? El disco empieza con un soliloquio puro y duro de especulación sobre lo que habrá al final del camino de baldosas amarillas. Un juego de interrogantes en el que las respuestas son símbolos a interpretar, como si se tratase de sueños. Tu animal favorito es lo que buscas en una pareja, tu color favorito lo que tú aportas a la relación, y la forma del agua que elijas simboliza lo que buscas en el amor. Una actividad de fiesta de pijamas que ilustra perfectamente los constructos sobre el amor romántico de los que todos hemos sido alguna vez víctimas. “Se construye una idea tan complicada alrededor del amor… increíble, enorme, mariposas, fuegos artificiales”, dice Adriana. Para Paula esta revelación se ha ido destapando a lo largo del proceso de composición: “Resulta que, después de una relación de seis años de maltrato, el refuerzo ‘positivo’ que yo asociaba con el amor no era amor. Esas mariposas no son amor, son ansiedad. Nos vamos deconstruyendo poco a poco y la música ayuda, y las conversaciones con amigas sobre todo. Son increíbles. Es terapia”.

Tras tanta búsqueda se entiende el final del disco, rotundamente homónimo. Dios soy yo. No hay un Dios. Ni el yo está por encima de todo ni el ego, a través de la falsa ilusión de autocuidado, ha pasado a sustituir el cuidado mutuo, la reciprocidad de la vida misma. La muerte de Dios habla más de liberarse de unas ideas que inconscientemente nos esclavizan y abrirse a una nueva forma de entender el amor, y de esperar por él sin esperarlo. “El disco acaba cuando Adriana se enamora, que ha sido un impasse impresionante en mi vida”, cuenta Paula, a lo que Adriana añade: “Además que yo estaba en mi momento Barney Stinson y de repente toma, en toda la cara”. Pues sí, justo cuando dejó de esperar a Godot se dio de bruces con él y con el futuro de Pipiolas, un espacio seguro que han construido para las dos. En el escenario o detrás de la cámara, con coro celestial o glitchcore, en su propio lenguaje, el dúo encuentra la respuesta.

Perfecta sintonía

En una simbiosis, en el amor o en la amistad, cada parte tiene un papel y un potencial para que el conjunto se convierta en algo mayor que la suma de las partes. La transformación en Pipiolas no sería posible sin el balance de sus bagajes.

entrevista pipiolasADRIANA

La intérprete en Pipiolas, la que tiene los pies en el suelo. “Paula siempre ha dicho que ella es más emocional, de alguna manera, y yo soy mucho más pragmática. Yo creo que al final lo emocional que es ella se traduce en que lo necesita plasmar de alguna forma explícitamente artística, como inmaterial, ¿sabes? Como puede ser componiendo. Y yo, por ejemplo, a la hora de encauzar los sentimientos, lo hago con otros procesos que a lo mejor son más activos o más prácticos. Algún aspecto más estético, como el maquillaje, o con cosas más tangibles por así decirlo”, cuenta. Titulada en Arte Dramático por la RESAD, entrenada en canto clásico y moderno en la prestigiosa escuela ABRMS de Londres y formada en danza con Natalia Medina, Teresa Nieto o Daniel Abreu, tiene una trayectoria prometedora en el campo de las artes escénicas, habiendo participado ya, a su corta edad, en producciones de éxito como los clásicos Don Juan Tenorio -con dirección de José Luis Massó- o Electra, y en obras contemporáneas como la adaptación española de la obra de Woody Allen Comedia sexual de una noche de verano. Además, ha formado parte del reparto de la última temporada del serial televisivo de Antena 3 Amar es para siempre y, recientemente, ha iniciado su camino en la gran pantalla con los largometrajes Culpa mía, de Domingo González, y De perdidos a Río, de Joaquín Mazón. En los videoclips de Pipiolas da rienda suelta a muchas de sus inquietudes audiovisuales.

entrevista pipiolasPAULA

“Lo que yo hago con la interpretación es un poco lo mismo que hace Adri con las canciones de Pipiolas en sí. Al final cuando actúo estoy interpretando un texto que no he escrito yo, pero utilizo mis herramientas como actriz, que en mi opinión no son las vivencias propias. El buen actor lo que tiene es empatía, y conecta con las emociones que le ocurren al personaje”, confiesa Paula, la mitad espiritual y autora de las canciones de Pipiolas. Su inquietud artística le ha llevado a probar todo lo relacionado con el mundo de la interpretación, desde el teatro de sus años formacionales en la RESAD a un buen número de apariciones en la pequeña y la gran pantalla que incluyen el cortometraje Llueve sobre mojado, de Andreu Fuenllana, la película de Diego Carballo y Daniel Carlón La casa de las bestias, las series de televisión Acacias 38 y Centro médico, de TVE, o algunas campañas publicitarias. Combinando experimentos independientes como la cinta Ombligo, estrenada en Filmin, con coqueteos con los grandes teatros de Gran Vía -como parte del cásting de la tercera temporada de La noche del año en el Teatro EDP, y hasta un paso por el Teatro Real de Madrid-, en medio de todo descubrió su pasión por la escritura, y hacia ahí ha ido encaminando su enfoque, llegando a publicar su primer libro, Lo que la abuela nos dejó, en el que mezcla la autobiografía con la distorsión equívoca que provocan la memoria y el recuerdo. Y como el arte para ella es siempre una experiencia colectiva, en la música ha encontrado el vehículo perfecto para que sus textos formen parte de ese ritual de sublimación exorcista que son los conciertos.

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