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ENTREVISTA | MARINA HERLOP

ENTREVISTA | MARINA HERLOP

Por: Marta España

La compositora catalana arranca las malas hierbas de un tiempo en el que el viento soplaba siempre reveses emocionales. De un tiempo en el que redescubrió la idea de tiempo mientras esperaba unos frutos que parecían, como en un mal viaje psicodélico, alejarse más y más hacia el epicentro de la madriguera del conejo. Negro sobre blanco, blanco sobre negro, el tiempo ha terminado dándole la razón a Marina Herlop. Nuestra musa experimental nos invita en ‘Nekkuja’ a su jardín de las delicias, y de las extrañezas

La música como necesidad podría ser premisa del nuevo álbum de Marina Herlop. Necesidad de volver a conectarse, de volver a ordenarse, de volver a revisarse. “¿Por qué no volver a donde estábamos?”. Donde estaba es en el medio de una vorágine. Pero empecemos por el principio. Ella cuenta que se reenganchó tarde a la música. “A los 21 me di cuenta de que estaba estudiando unas carreras con las que no resonaba y no entendía por qué había tomado esa decisión. Fue como despertarse in media res y pensar: ‘¿qué estoy haciendo?’. De repente retomé la música”. No la había tocado desde pequeña, y en ese momento sintió que “iba súper tarde”. “Iba a la escuela con chavales, con adolescentes… tenía la sensación de haberla liado muchísimo”. Pero decidió crecerse ante la adversidad. Se convirtió, dice, en una máquina de estudiar, devorando la música con la urgencia del que siente que se le escapa el tiempo, como arena, de las manos mientras seguía cumpliendo con sus compromisos de la universidad. “No hice un Erasmus, no hice un viaje con amigas, apenas cogí un avión en esos años… esas cosas que se supone hace la gente normal”. Hasta que abrieron El Pumarejo. El refugio cultural de Barcelona detonó en ella algo que Marina quizás había perdido: la vida social. “De repente conocí a muchísima gente y todo eso como que empezó a colarse en mi edificio de estudio, como si de pronto se hubieran abierto de golpe todas las ventanas y la vida empezara a colarse por ahí”. El sargento empezó a relajarse.

Es ahora cuando regresamos al momento de la vorágine. Los dos primeros álbumes de la compositora catalana –Nanook (2016) y Babasha (2018)- no terminaban de cuajar, y el tercero, el a la postre aclamadísimo Pripyat (2022), tenía que mantenerse, por orden de la discográfica, “secuestrado” en su ordenador. “Me estaba costando mucho, me estaba desanimando… hasta que hice click. Es que no hay otra: de algo hay que vivir y algún argumento tienes que ponerle a tu vida. Y yo ya había tomado mi decisión”. Así que, en el verano de 2018, se permitió un retiro en un pueblo de Aragón y empezó a componer de forma casi obsesiva hasta dar con experimentos, progresiones de acordes, ideas melódicas, riffs, samples. “Es como mi despensa musical, una especie de laboratorio, algo así como alquímico”. Y con lo que encontró en ella comenzó a preparar lo que terminaría siendo Nekkuja. “Este disco fue un poco como decir: ‘Tía… ¿Qué haces? ¿Qué haces? No te duermas en los laureles. Aquí hay una oportunidad y tienes que darlo todo’”. El sargento reaparecía, pero ya no era sargento. Ahora era jardinero.

Al final, Pripyat se quedó en la nevera tres largos años. “Fue muy extremo, un verdadero suplicio”. Marina recuerda tener que darle explicaciones al público en muchos de sus conciertos… era imposible acceder en modo alguno a su música. Caminaba sobre arenas movedizas, con el único termómetro de la respuesta y el cariño de la gente. Tiempo suficiente para revisarse, para revisar su música, para aprender a gestionar sus obsesiones. “Para mí la música no solo es algo que escuchas, como me pasa por ejemplo con la comida, que soy más prosaica. Para mí la música es un objeto de estudio”. De todo ese proceso es testigo invisible su nuevo trabajo, casi una meditación para trascender a los difíciles estados de la paciencia y la paz mental, tan incompatibles con la vida moderna. “Cuando lo revisité con el ingeniero de sonido para mezclarlo y masterizarlo a finales del año pasado me di cuenta de que me sigo sintiendo identificada, y eso me pone muy contenta. Me sorprendo porque creo que durante el proceso compositivo puedo ser tan difícil de satisfacer y tan exigente con cada cosita que, inconscientemente, de alguna manera, me cercioro de que lo que hago, en el futuro, me siga”.

Su bucólico detallismo electrónico le hace pasar por rara avis, pero para ella la música que hace es pop porque, aunque rechace los patrones clásicos, persigue una estructura sólida. “Hablar de lo raro es muy subjetivo. Y creo que depende de los límites a la convencionalidad que se ponga cada uno. A muchos mi música les puede parecer rara, pero a alguien que hace música contemporánea le puedo parecer Disney. En el mismo conservatorio, estudiando, cuando te ponen a tocar algo de Stravinsky te parece rarísimo y cuando llevas dos meses tocándolo, pues eso, te parece una canción de Disney”. “Yo me siento cómoda bajo el paraguas de la tonalidad porque lo atonal no apela tanto a mi sensibilidad. Pero me fijo mucho en los impresionistas, Ravel o Khachaturian, en los rebeldes de la tonalidad. Estoy investigando mucho esa armonía porque siento que el espacio armónico donde me encuentro cómoda es muy ceñido”.
Quiere que la próxima vez que se ponga a hacer música también salga algo a la altura. “Ha pasado mucho tiempo desde la última vez, y eso siempre genera algo de inquietud, claro. Pero si algo he aprendido en este tiempo es que yo decido lo que me sirve y lo que no, con lo que me quedo y con lo que no. Y a hacer la música que me da la gana. No hay otra”. No hay otra Marina Herlop.

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