CAROLINE POLACHEK, MEJOR DISCO DE 2023 PARA NUEBO
Por: Diego Rubio
Antidiva y madre en su propio universo de fantasía, una isla feérica en medio de un océano mental, Caroline Polachek ofrece su primera gran obra maestra en ‘Desire, I Want To Turn Into You’, un disco con mayúsculas que solo se entiende en sus propios códigos y aceptando las reglas que impone. Un viaje de naturalismo digital surgido de la independencia, de la exigencia y la libertad creativas, hacia la idea de pop de una artista sin miedo a reinventarse
El nivel de world-building al que ha llegado Caroline Polachek en su último trabajo tiene más que ver con la literatura de alta fantasía que con la música en sí. O más que con la ‘literatura’ -una palabra de la que la artista neoyorquina se suele alejar, no sin prudencia, en favor de conceptos más terrenales, físicos o corporales- con la imaginería misma de la fantasía. La asunción de grandes historias, mundos paralelos, anacronismos… el propio diseño de pequeños leitmotivs que van y vienen por todos los temas -capítulos más bien- apuntalando desde las deslumbrantes sombras la familiaridad con el oyente. Lo más interesante de Desire, I Want To Turn Into You es que ofrece una experiencia de álbum como ya escasean: logra construir un espacio propio, esa isla ficticia en los confines mentales de Polachek. Lo nutre de cosas que se sienten vivas, que crecen, que evolucionan y cambian con la sucesión de las canciones.
Es un disco que atrapa, irresistible y sugerente, con sus propias gravedad y epicentro. “Uno de los retos que me resulta más interesante es la creación de capas. La mayoría de la gente no pasa de la primera capa, pero yo quiero enriquecer todo lo posible mi música en ese sentido para toda esa gente que está dispuesta a venir conmigo hasta el fondo, hasta la última capa. El misterio es una de las fuerzas más irresisitibles que conocemos”, le dijo a Pitchfork. Desentrañar ese misterio, esa raigambre de referencias, el mimo extremo -y apenas perceptible- puesto sobre cada ínfimo detalle, es la último recompensa de su escucha, los créditos finales, el mensaje de ‘pesadilla exterminada’ flotando en la pantalla. El trofeo de platino. Te has pasado el juego, Caroline.
En este mundo abierto que se sabe ficticio y que, de algún modo, establece desde el principio el pacto narrativo –Welcome To My Island-, todo puede parecer abstracto por su cualidad ensoñadora y ensoñada, pero nada más lejos -y nunca mejor dicho- de la realidad. De la hiperrealidad. Dijo en Metal: “Lo que persigo es exactamente lo contrario a lo etéreo. Quiero algo que esté objetivamente encarnado”. Llámalo orgánico, llámalo x. Lo que es evidente es que es rebelde en sí mismo partir de un entorno creativo como PC Music y vinculándose a artistas hyperpop, con lo digital como fundamento primordial, y hacer un disco como Desire, tan con un pie en los dos mundos. Tan diluyéndolos, más bien, en una mezcla homogénea, en una misma cosa. “Imagina estar delante de un coro de niños de 11 o 14 años. Hay mucho contexto detrás de esa imagen: de dónde vienen todos esos niños, cuáles han sido sus procesos de aprendizaje, qué quieren decir con sus expresiones faciales. Es exactamente lo opuesto a un sintetizador digital. Así que supongo que la combinación de las dos cosas es lo que me resulta verdadera interesante”.
Quizá esa fisicalidad, que recorre todo el arte del disco -las hormigas, el sol quemando en la piel desnuda, los tilos- junto con varias mitologías como la historia de Teseo, Ariadne y el Minotauro, sea lo que aporta ese punto de viaje psicodélico. Tan real que puedes tocarlo, como las emociones que provoca un videojuego con el mando en la mano. Ella cuenta que llegó a ver materializada la voz de Celine Dion como un “hermoso velero surcando las olas” en un viaje de ácido. Y es interesante ver cómo se adentra a su manera en los terrenos feéricos de algunas cantantes de engole y gorgoritos folk de los 90, como Fiona Apple, Tori Amos, Natalie Imbruglia, Dido o Andrea de The Corrs, y lo entronca con la sugerencia ‘exótica’ del True Blue de Madonna.
Su propia forma de enfrentarse a la música, siempre en contra de cualquier post ironía sin renunciar al humor, referencial y al mismo tiempo propositiva, ni nostálgica ni futurista pero también un poco las dos cosas a la vez, habla mucho de la revisión del concepto de diva sobre el que tanto reflexiona: “La diva es esencialmente un personaje femenino, no una mujer. Hay como un sentido de absoluto control de la madurez en eso. Además, la diva mantiene inherentemente esa contradicción entre sus capacidades destructivas y sanadoras. Es la típica a la que le sirves el champán equivocado y cancela un concierto, pero también la única que puede hacer que todas las personas en una habitación se sientan en paz consigo mismas”. Y tiene razón: hay paternalismo -y mucho machismo estructural- en todos esos women characters a los que alude Polachek. Ella ha decidido diseñar, desde la independiencia, su propia alternativa. Su paraíso ¿artificial?