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REPORTAJE | ‘PRISCILLA’

REPORTAJE | ‘PRISCILLA’

Por: Daniela Urzola

Este San Valentín el público español tiene una cita con el cine. Se trata del estreno en salas de uno de los filmes más esperados en este inicio de año: ‘Priscilla’, la adaptación de la autobiografía de la ex pareja de Elvis Presley en manos de Sofia Coppola. Una película que revela el lado más oscuro del amor romántico, mostrando los altos y bajos de la relación entre Priscilla Beaulieu y el rey del rocanrol.

En 1985, Priscilla Ann Beaulieau Wagner, conocida por todos como Priscilla Presley, publicaba sus memorias, Elvis & Me: The True Love Story Between Priscilla Presley and the King of Rock N’ Roll. Como el propio título indica, el libro recoge el tiempo que su autora compartió con Elvis desde que se conocieran en 1959 hasta su separación y divorcio en 1973, repasando hitos como su boda, el nacimiento de su hija Lisa Marie o las múltiples infidelidades cometidas por el músico durante su delirante ascenso al olimpo del rock’n’roll. Es este el marco que sigue de una manera relativamente fiel la adaptación al cine que ha llevado a cabo Sofia Coppola. Por supuesto, no es la primera vez que la cineasta estadounidense revisa una figura femenina de la vida real; ya lo hizo, de modo más delirante y caricaturesco, con María Antonieta en 2006. Y tampoco es la primera vez que se adentra en un retrato del lado menos glamuroso y más oculto de la vida de los famosos: ahí está Somewhere (2009). Y es precisamente ese interés por la cultura popular -prácticamente transversal a su filmografía-, unido a la necesidad de plasmar historias menos conocidas de mujeres, que en muchas ocasiones han sido relegadas a la sombra de los hombres a su alrededor -ya se sabe, detrás de todo gran hombre hay una gran mujer y bla, bla, bla-, lo que la ha impulsado a revisar la historia de Priscilla y llevarla a la gran pantalla.

Sobre cómo llegó a esta decisión, Coppola le contaba al periodista Keaton Bell (en traducción de Esther Giménez para Vogue Spain del 12 de noviembre de 2023): “Estaba atrapada en casa con COVID cuando un amigo me recomendó la biografía, Elvis & Me, y me conmovió muchísimo su historia. Siempre se la ha percibido como un símbolo del glamour y la perfección puramente estadounidense, y yo no tenía ni idea de lo mucho que tuvo que luchar ni de los pequeños detalles de su vida”. Con estas ideas en la cabeza, Priscilla, la película, sigue los pasos de su personaje titular desde los 14 años, momento en que conoce a un Elvis de 24 y cae completamente rendida a sus pies. Desde ahí el filme viaja a lo largo de los años, mostrando las distintas etapas de la relación, pero manteniéndose siempre en el punto de vista de ella.

Para esto, la directora se apoyó en la propia Priscilla, la de la vida real, con quien sostuvo múltiples conversaciones previas y quien ejerce también como productora ejecutiva de la película. “Para Priscilla era importante que siguiera siendo su historia de amor y mostrar a Elvis como un ser humano real en lugar de un villano bidimensional”, afirma Coppola. Y es precisamente esto lo que logra mediante una historia que se enfoca en la experiencia de ella, dejando que sea el público quien juzgue o no los comportamientos tóxicos de Elvis. Coppola se aleja de su imagen como ídolo de las masas y revela lo que hay detrás del mito, de puertas para dentro: una mujer eclipsada y encerrada en el mundo de él, y cómo recibe los comportamientos del icono del tupé y los dislocamientos de cadera.

Y es que a Sofia Coppola poco -o nada- le interesan los biopics en su sentido más tradicional, o convencional. Esto se hizo claro con su retrato atípico, casi punk podría decirse, de María Antonieta hace dieciocho años. Y en Priscilla también interesan más la introspección y la intimidad que la precisión o la búsqueda de una “verdad”. Como en sus otros filmes, la directora neoyorquina presenta una enorme sensibilidad a la hora de retratar a Priscilla, a la mujer, su vestuario y entorno, desde su pequeña habitación rosa en Alemania hasta su vida en Graceland, la famosa mansión de los Presley en la ciudad de Memphis. Sus imágenes evocadoras, de una profunda nostalgia, se alejan de la romantización para proponer una denuncia desde la sutileza y la atención al detalle. Para esto trabajó con el director de fotografía Philippe Le Sourd, con quien había colaborado ya en La seducción (2017), y se inspiró en la obra de fotógrafos como William Eggleston, influencia constante en su cine, así como en las conocidas películas caseras de Elvis y Priscilla, que recrea también, con mucho gusto y recreándose en la intimidad, en algunas secuencias.

Pero todo este proceso no se ha llevado a cabo sin inconvenientes. Un aspecto notable de la cinta es lo mucho que consigue con un presupuesto bajo, especialmente si lo ponemos en comparación con una superproducción como el bombástico y excesivo -a la par que genial- Elvis de Baz Luhrmann, por no irnos demasiado lejos. De hecho, podríamos argumentar que es precisamente esto lo que le ha permitido a Coppola mantenerse en su línea intimista y personal, y centrarse en recalcar las emociones, en hacerlas sensibles para el espectador.

Y, por supuesto, en este punto resulta imperativo hacer alusión a las interpretaciones principales. Hablamos, de un lado, de la magnética presencia de Jacob Elordi. Tras adquirir fama por su papel como el turbulento adolescente Nate en la exitosa serie de HBO, Euphoria, el actor australiano -de raíces vascas- se ha convertido en uno de los más grandes iconos de la generación Z. Elordi rápidamente ha llamado la atención de grandes nombres como Paul Schrader y Guillermo Del Toro -con quien trabajará en su reinterpretación de Frankenstein, dando vida al icónico monstruo del clásico de terror-. Pero en 2023 fue Coppola quien capturó su esencia en la cámara, a través del rol de un joven Elvis Presley. Y es que a pesar de su poco conocimiento del cantante -cuenta el actor que lo único que sabía de él era gracias a la película de animación Lilo & Stitch-, Elordi acaba superando todas las expectativas dando vida a un Elvis lleno de grises, tal y como se refleja en la historia contada por Priscilla Presley. Se ha comentado mucho también el poco parecido del actor en comparación con Austin Butler, pero no era eso lo que interesaba a Coppola, quien cuenta en una entrevista con The Hollywood Reporter que un día quedó en una cafetería con Elordi y en el instante en que este entró al lugar todas las chicas pusieron sus miradas en él. En ese momento lo supo: el australiano de mandíbula perfilada tenía el magnetismo y el carisma que Elvis debía tener.

Por su parte, la elección de Cailee Spaeney vino mediada por muchos factores, entre ellos una recomendación directa de Kirsten Dunst, actriz con la que Coppola ha colaborado a lo largo de los años –Las vírgenes suicidas, María Antonieta, La seducción– y con quien mantiene una fuerte relación personal y profesional. El sello de calidad por parte de Dunst, sumado a la participación de Spaeney en la multipremiada miniserie Mare of Easttown de HBO, impulsó a Coppola a decantarse por la joven actriz, quien con Priscilla adquiere su primer gran rol protagónico. Su dedicada actuación ha sido merecedora de la Coppa Volpi en el pasado Festival de Venecia -donde la película tuvo su estreno mundial- y permite percibir en el personaje de Priscilla todos los matices que Coppola quería retratar: los de una adolescente que se halla deslumbrada por Elvis y su mundo y que, al mismo tiempo, va descubriendo sus aspectos más sombríos. El resultado es una Spaeney que brilla con cada plano en el que le da vida, transmitiendo a la perfección la mezcla de ilusión y angustia que se esconde detrás de la vida glamurosa de las estrellas.

Finalmente, otro de los elementos que más llaman la atención en el filme es la ausencia de música del propio Elvis Presley. Esto tiene una razón legal de fondo: teniendo en cuenta la imagen que se presenta del cantante -ya lo hemos dicho: muy lejos del tormentoso victimismo que se puede leer en el subtexto del biopic de Baz Luhrmann, en el que se muestra a un Elvis víctima de los constantes manejos de Tom ‘El Coronel’ Parker-, las personas que detentan los derechos sobre su música se negaron a su uso. Y sin embargo esta decisión terminó jugando a favor de la película: con libertad para imaginar su propia playlist y Elvis fuera de la ecuación, Coppola ha podido -y sabido- volver a jugar la carta del anacronismo, algo que ya es marca diferencial de su cine, para alejarse de la literalidad del icono y construir un imaginario sonoro con mayor impacto emocional. Como es habitual, la cineasta neoyorquina encargó la banda sonora a los franceses Phoenix, y junto a su líder -y esposo- Thomas Mars trabajó en la selección de canciones que acompañarían a cada secuencia en el soundtrack, apostando por ofrecer una mezcla de temas contemporáneos de artistas como Dan Deacon, Porches o Kaitlyn Aurelia Smith y clásicos de la época, ya sean originales -Crimson and Clover de Tommy James and the Shondells, Going Home de Alice Coltrane o el I Will Always Love You original de Dolly Parton-, en versiones más contemporáneas -como el Baby, I Love You de The Ronettes en versión de los Ramones- o reformuladas por los propios Phoenix o el dúo Sons of Raphael, también involucrado en el proceso.

No cabe duda de que Priscilla, tanto la película como el personaje, ha generado y seguirá generando emociones encontradas entre el público. Estarán los fans de Elvis que se verán enfrentados a un lado desconocido de su ídolo, y algunos incluso se negarán a creerlo. O las personas que entren a la sala esperando ver una idealizada historia de amor para encontrarse con la cruda realidad. Incluso habrá quienes digan que la película no está a la altura de la filmografía de Sofia Coppola… Pero lo cierto es que Priscilla es un filme profundamente humano, lleno del intimismo y la radical representación de la feminidad que han caracterizado a la cineasta, quien una vez más logra capturar los deseos y contradicciones de un espíritu adolescente. Y lo hace a través de una historia real, asumiendo la valiente y necesaria tarea de destruir los ídolos masculinos que hemos mantenido en un pedestal, tal vez por demasiado tiempo.

Priscilla after Elvis

Sabemos ya que Priscilla se centra en los años de vida de su protagonista durante la tumultuosa relación que mantuvo con Elvis. Pero ¿qué ha sido de Priscilla después de aquello? Priscilla arranca su carrera como empresaria en 1973, con una pequeña boutique en Los Ángeles. Luego, tras la muerte de Elvis y de su padre Vernon, se convierte en la presidenta de Elvis Presley Enterprises (EPE). Su éxito dirigiendo la empresa la lleva por otros caminos, incluyendo la producción audiovisual. En paralelo, Priscilla inicia su carrera como actriz de televisión. Entre 1983 y 1988 interpreta a Jenna Wade en Dallas, una de las telenovelas más longevas del prime time estadounidense. Y durante ese tiempo publica también su biografía Elvis And Me (1985). En 1988 da el salto definitivo al cine con la exitosa comedia Agárralo como puedas, apareciendo también en las secuelas de 1991 y 1994. En los años noventa tiene otros roles menores en series como Melrose Place o Spin City, comedia protagonizada por Michael J. Fox. No es hasta 2008 que Priscilla vuelve a la televisión, participando en el talent show de competición Bailando con las estrellas, donde alcanza el puesto número ocho. En los últimos años, además de ser productora ejecutiva de la película de Coppola, ha co-creado la serie de animación de Netflix Agent Elvis (2023), en la que además pone voz a su propio personaje. En 2023, Priscilla sufre la repentina pérdida de su única hija con Elvis, la cantante Lisa Marie. No obstante, su legado continúa a través de sus cuatro nietos, entre ellos la actriz Riley Keough, reconocida por su interpretación en la miniserie Todos quieren a Daisy Jones y con quien asistió a la entrega de los Premios Emmy el pasado 15 de enero.

Al ritmo de Sofia Coppola

La cineasta ha ido cultivando su relación con la música desde sus inicios, dentro y fuera de la gran pantalla, y llegó a hacer varios cameos en los noventa en videoclips de Madonna, The Chemical Brothers o Sonic Youth. En 1999 Coppola dirige su ópera prima, la adaptación de la novela de Jeffrey Eugenides Las vírgenes suicidas, y a lo largo de todo el filme se evidencia ya el interés de la directora por la música popular, incluyendo temas de Heart y Boston, entre otros. Además, la banda sonora, a cargo del dúo francés de electrónica Air -una decisión que por entonces fue relativamente revolucionaria-, condensa a la perfección su atmósfera melancólica. Coppola dirigió también el videoclip del tema principal, que a la postre se ha convertido en legendario: Playground Love, con vocales de Thomas Mars, cantante de Phoenix y marido de Coppola. No fue ni la primera ni la última vez que incursionara en el mundo de los videoclips. Ya en los noventa había trabajado con bandas como Walt Mink y The Flaming Lips, y en 2003 dirige City Girl de Kevin Shields -que forma parte de la BSO de Lost in Translation– y I Just Don’t Know What to Do With Myself de The White Stripes. En 2013 dirige Chloroform para Phoenix, y desde Somewhere (2009) la banda se encarga de todas sus bandas sonoras. No podemos sino terminar de hablar de la relación de Sofia Coppola con la música con María Antonieta (2006), cinta en la que canciones de Bow Wow Wow, Aphex Twin o The Cure invaden los pasillos del Palacio de Versalles. Un anacronismo que ya es sello característico en el cine de Coppola, como volvemos a comprobar también en Priscilla.

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