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ANATOMÍA DE UNA CAÍDA: EL AMOR, A JUICIO

ANATOMÍA DE UNA CAÍDA: EL AMOR, A JUICIO

Por: Fernando Bernal

Un drama sentimental que en realidad es un thriller familiar con formato de película judicial clásica sobre una muerte inesperada le valió a Justine Trier la Palma de Oro en Cannes. La cineasta francesa firma uno de los films más cautivadores y enigmáticos del año. Una obra mayor, que lleva los preceptos del cine de autor al terreno del género para atraparte (y no dejarte salir) en su tela de araña

En una casa alejada en la montaña, en un paisaje nevado, suena de manera atronadora una versión del P.I.M.P. de 50 Cent, interpretada con vocación funk por Bacao Rhythm & Steel Band. De manera inesperada, un hombre se precipita desde el piso superior del chalet y muere sobre la nieve. En el hogar, en ese momento solo están su mujer, Sandra, y su hijo de once años, Daniel, que vuelve de paseo con su perro. Es él el que descubre el cadáver. La música sigue a todo volumen, y se confunde con los gritos y los llantos. Así es el intrigante comienzo de Anatomía de una caída, la obra con la que la cineasta francesa Justine Triet consiguió la Palma de Oro -la tercera para una mujer tras las obtenidas por Jane Campion (El piano, 1993) y más recientemente por Julia Ducournau (Titane, 2021)- en el Festival de Cannes. A partir de semejante prólogo la película se despliega como un thriller: la policía sospecha de la mujer como posible autora o inductora de lo que aparenta ser un suicidio. Pero el peso recae más en el drama que sobreviene a la pareja.

En realidad, Anatomía de una caída habla de un proceso de distanciamiento y erosión de los vínculos emocionales e intelectuales. Y en esta senda y con este ánimo, decididamente termina adoptando el formato de un film judicial. Porque a partir de su primer acto la película se desarrolla un año después de esta mortal caída, durante el proceso en el que se trata de discernir la culpabilidad de la mujer, con su hijo como uno de los testigos, y que acaba por desentrañar cuál era la verdadera relación con su marido.

“Quería hacer una película sobre el fracaso de una pareja. La idea básica era contar la caída de un cuerpo de una forma técnica y convertirla en la imagen de la caída de una pareja, de su historia de amor. Esa pareja tiene un hijo que descubre la historia de sus padres durante un juicio -uno en el que se diseccionará metódicamente su relación-, y el niño pasa del estadio de la infancia, con una fe absoluta en su madre, al de la duda. La película observa ese paso. En mis trabajos anteriores los niños estaban presentes, pero no hablaban; estaban, pero no expresaban su punto de vista. Había llegado el momento de integrar la mirada del niño dentro del relato, de enfrentarlo al de Sandra, el personaje central de la historia”, asegura su directora, que coescribe el guion junto a su colaborador habitual Artur Harari, autor también de la muy recomendable Onoda, 10.000 noches en la jungla (2021).

Y continua su reflexión a propósito de las relaciones sentimentales y el compromiso. “La pareja se forma a base de tentativas de democracia que se ven siempre interrumpidas por pulsiones dictatoriales. En este caso se ha convertido casi en una guerra, con el añadido de la dimensión de la rivalidad. Ambos se sienten atrapados, algo se ha perdido porque ninguno ha querido dar un poco. Pero los dos son idealistas, y por eso me gustan; no se han resignado. Incluso en la escena de la pelea, en realidad una negociación, siguen diciéndose la verdad, lo que me hace creer que sigue habiendo amor entre los dos”.

Se trata de un nuevo registro en la trayectoria de Triet, una de las cineastas más importantes dentro del contexto europeo actual, que cuenta en su filmografía con propuestas tan personales y reconocibles como a la vez eclécticas e inclasificables dentro de un solo género. Tras dirigir algunos cortos y documentales, su debut en el campo del largometraje se produjo con La batalla de Solferino (2013), una comedia irónica en la que se podía percibir su gusto por lo documental, ambientada el día de las elecciones francesas de 2012, cuando los candidatos Hollande y Sarkozy se disputaban la presidencia de la República.

Su segunda obra, Los casos de Victoria (2016), supuso su primera colaboración con Virgine Efira -la inolvidable monja alucinada y poseída por la pasión de Benedetta, de Paul Verhoeven- además de un auténtico éxito de taquilla en Francia. Una comedia de enredos en la que Triet cita a Howard Hawks, Blake Edwards o Billy Wilder como santísimas referencias dentro del género para inspirar la película. Y en el drama psicológico El reflejo de Sybil, también con Efira como protagonista -y dándole la réplica Adèle Exarchopoulos-, se alejaba del territorio ligero de su anteriores filmes.

anatomia de una caida

En su nueva obra ha recurrido al cine judicial, que este año deja otras notables muestras en el cine francés como Saint Omer (2022), de Alice Diop, una de las grandes películas de esta temporada que se cierra, o Un silencio (2023), de Joaquim Lafosse, que se pudo ver en San Sebastián y que se estrenará en breve en España. “Poco a poco, la película se convirtió en algo parecido a un largo interrogatorio: desde la casa al tribunal, las escenas se suceden cuestionando a los personajes. También quise volver a un realismo mayor, tanto en la escritura como en lo formal, porque me permitía ir más lejos en cuanto a complejidad, lo que cuenta la película y las emociones que puede suscitar. Todo fue hacia la sobriedad; no hay música adicional, la película es menos pulida, más desnuda que las anteriores”, explica la cineasta.

Y para conseguirlo ha contado con la colaboración esencial de la alemana Sandra Hüller en el papel de madre acusada de asesinado. La cineasta y la intérprete ya habían coincidido anteriormente en El reflejo de Sybil y Triet escribió el personaje pensado en ella. La actriz lo sabía y eso es algo que le estimulaba. “Es una mujer libre a la que acaban juzgando por su forma de vivir la sexualidad, el trabajo, la maternidad; pensé que daría complejidad y cierta impureza al personaje, y que apartaría del todo la noción de ‘mensaje’. Nos conocimos de verdad en el plató. Imprimió una fe y una verdad que trascienden el guion. Puede anclar cualquier diálogo, aunque sea artificial, en una realidad propia. O lo rechaza y me lo tira a la cara. Pero siempre está vivo; su perspectiva es potente, todo pasa por su cuerpo. Deja una impronta química en la película, como muy pocos actores hacen. Cuando acabó el rodaje, tuve la impresión de que me había entregado algo suyo, de que había capturado el objetivo de algo que nunca volvería a ocurrir”.

¿Dónde has visto (y vas a volver a ver) a Sandra Hüller?

A pesar de que lleva años brillando en películas esenciales dentro del circuito de festivales, este es, sin duda, el año de la alemana Sandra Hüller, que hace doblete en dos de las obras de la temporada. Además de Anatomía de una caída, la actriz también presentó en Cannes -donde figuró en todas las quinielas para llevarse el premio de interpretación-, La zona de interés, adaptación de la novela homónima de Martin Amis dirigida por Jonatahn Glazer que llegará a salas de nuestro país en el mes de enero. En el film del británico, autor de películas de culto como Under my Skin (2013) y realizador de clips para Radiohead, Massive Attack o Blur, la actriz interpreta a la mujer de un alto oficial nazi que vive junto a su familia en su residencia anexa a un campo de concentración, ajena a las monstruosidades que se están cometiendo a pocos metros. Premio a la mejor interpretación en Berlín por Réquiem (El exorcismo de Micaela) (2006), la cinta de terror que la dio a conocer, y a mejor intérprete femenina europea con la consolidación que supuso Toni Erdmann (2016), su filmografía apuesta por el cine autoral y refleja riesgo y una amplitud de registros que se sublima cuando se trata de dar vida a la intimidad de la familia.

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