ENTREVISTA | IMON BOY
Por: Omar Poveda
El malagueño al que nadie pone cara es uno de los nombres más relevantes del arte pop nacional en estos momentos. No deja de sorprender con sus composiciones cómicas y sus viñetas “instagrameables”. Imon Boy ha creado un universo particular con el imaginario de un eterno verano en el que cuenta historias cotidianas y cariñosas que hacen de la vida un sueño del que no querer despertar. Ya sea en la pared o en el lienzo, sus creaciones son un diario personal donde incluso los momentos complicados son situaciones acogedoras.
No fue fácil, pero llegamos a él. tras varios tonos de llamada y mucha incertidumbre, se descuelga el teléfono y al otro lado nos saluda una voz amigable. Tras las presentaciones de rigor nos dice que está en la playa y que acaba de salir del agua tras un baño matutino. Se va a secar y ponerse algo “calentito” y nos devuelve la llamada. Es enero y parece primavera en Málaga. Cuando nos devuelve la llamada han pasado unos diez minutos. Se ha quedado un momento al sol. “Aunque estamos en el sur, hace un poco de frío”. Nos comenta que esperaba nuestra llamada. “Estoy encantado de atenderos, sé que ha sido complicado encontrar mi contacto, pero es mejor así”.
Y es que para Imon Boy es fundamental permanecer, al menos cara al público general, en el anonimato. Menos mal que unos amigos suyos le habían hablado de esta revista y se pudo facilitar el acercamiento, que resulta en una charla muy amena acerca de sus referencias artísticas o dónde encuentra la inspiración para ese imaginario gráfico tan cautivador. “Comencé pintando tirado en el suelo con ceras y lápices de colores, como todo el mundo, creo. Pintando los márgenes de las libretas y haciendo mis primeras letras en clase cuando me aburría un poco”, recuerda. Y tira del hilo, echando la vista atrás, hasta los días en los que visitaba a sus familiares en el norte cuando era pequeño. Su tío, cuenta, le daba todo el rato cómics de Mortadelo y Filemón. “Me los ofrecía como si fuese droga -ríe-. De hecho, todavía hoy no tengo claro si se los quitaba a alguien de la familia para dármelos a mí en Navidad”. Quizá no había pensado en ello nunca, admite reflexivo. “Creo que ese recuerdo es el origen de todo”, y en su tono vuelven a reflejarse las notas risueñas que le caracterizan. “Pienso que los cómics de Ibáñez son un referente básico. Esos momentos en los que ‘el caco’ da la vuelta a la esquina y se choca con el policía, o el policía que pasa por delante de la fechoría y ayuda al malhechor”. Todas esas referencias ayudan a entender su obra. Eso y todo lo que vino después, como Doraemon o el GTA: San Andreas, el mítico videojuego, que fue clave también en muchas de las estéticas, formas o situaciones que representa en sus obras. El cine y las series también le fueron cambiando creativamente a lo largo de los años, sin mencionar los artistas y creadores que fue conociendo. Pero, sin Mortadelo y Filemón, no habría nada de Imon Boy hoy día.
Los cuadros y viñetas que Imon traslada a los lienzos son como un “diario” de los momentos que le da la vida, y muchos de ellos están vinculados a sus amigos y al graffiti, donde comenzó su carrera. “Aunque nunca me representó el graffiti de tener que pertenecer a la cultura hip hop y llevar pantalones anchos, sí que escuchaba rap y sigo escuchándolo. Pero nunca me gustaron las imposiciones ni las leyes, por eso lo que pinto no atiende demasiado a las reglas”. En muchas de las escenas que representa, ya sea en lienzos o en los formatos que le proporciona la calle, como una casa abandonada o una valla publicitaria, sale la presencia de la policía, como referencia al juego del gato y el ratón o el correcaminos y el coyote: el no obedecer reglas ni leyes, únicamente disfrutar del juego. “Ya antes de entrar en Bellas Artes hacía cosas que se salían un poco de lo que la gente pintaba en la calle. Me gustaba experimentar con formatos y técnicas, pero nunca de forma seria, siempre a modo de juego y para no abandonar mi esFlog, por no aburrirme, básicamente. Pero es cuando llego a la facultad que me doy cuenta de que había otras formas de enseñar mis cosas, más allá del muro, ¿sabes? La verdad es que en las clases yo solo quería terminar para salir a pintar. De hecho, empecé a hacer todo lo que me gustaba y quería cuando salí de allí. Estaba un poco perdido en las becas que me daban y en la propia universidad. Yo qué sé: siempre me gustó ir a mi rollo… la facultad me sirvió para aprender muchas cosas relacionadas con el arte, pero no a pintar”.
Durante nuestra conversación, también se detiene a pensar que es la primera vez que se plantea seriamente que quizás el graffiti haya cambiado, al menos con respecto a cuando él empezó en que la agresividad y el conflicto eran inevitables. “Si pintabas algo que se saliese un poco de la estética eras un toy. La verdad es que siempre me dio un poco igual, nunca pinté trenes ni me pegué con guardias, solo iba a disfrutar y conocer gente que fuese del mismo rollo”. Para muchos la película ha cambiado, pero él sigue conservando su anonimato y saliendo a pintar cada vez que puede, que es bastante a menudo.
Imon Boy sigue representando para muchos puristas de este movimiento la parte más visceral del graffiti. Esa en la que a la gente le da igual quien seas y solo te conocen por tu tag; simplemente importa dónde se vea tu nombre escrito. Aunque ha tenido un crecimiento gradual, el artista malagueño no ha cesado de subir escalones, conquistando galerías de todo el mundo, desde Hong Kong -donde tuvo su última exposición con la galería AISHONANZUKA-, hasta Cuba o Nueva York. Nos cuenta cuál fue el momento en el que consideró que podía empezar a vivir de pintar. “Creo que nunca hubo un momento exacto. Simplemente un día alguien me compró una obra y pensé, ‘bueno, a alguien le ha gustado mi curro’. Después me compraron otra y más tarde otra, y así, aquí estamos”.
Una de las cualidades que quizás sean más curiosas de Imon Boy es su presencia en redes. Tiene más de 76K seguidores en Instagram pero tan solo unas pocas personas pueden ponerle cara. Mantiene una distancia férrea entre su vida privada y su trabajo. Y se muestra categórico cuando habla de la relación que mantiene con su público. “La verdad que la relación que tengo con mis seguidores o con el público en general es meramente digital”. De repente, en mitad de la conversación, baja el volumen de la voz: “Sin ir más lejos, mi vecino puerta con puerta es muy fan, y no sé si decirte que no saques esta parte, porque se lee todo lo que sale sobre Imon Boy”. Al final, entre risas accede a que se incluya una anécdota reveladora de su forma de manejar el anonimato. La experiencia la vivió en una de sus últimas exposiciones en Málaga: “Estaba dentro de la sala con unos amigos cuando, de repente, veo entrar a mi vecino, el que vive pegado a mi puerta, con el que comparto muro del salón. Mi relación con él es muy cordial, se limitaba a saludarnos si coincidimos en el rellano y poco más”, dice mientras se ríe. “Se tuvo que desplazar hora y media en coche para llegar hasta allí. Así que al verlo entrar desde la otra punta de la sala no pude evitar ir a saludarlo”. Al acercarse el chico, muy extrañado de encontrarle en aquel contexto, le preguntó que cómo era que él también estaba en la exposición. “No sabía yo que te gustase esto del arte…”. Imon, esbozando una sonrisa le quitó importancia al tema: “Me vine por dar una vuelta con unos amigos, nos hemos pasado a ver”. Entonces, su vecino muy excitado le explicó lo mucho que le “flipaba” Imon Boy, que lo seguía desde hacía tiempo y que le había dado muchísima rabia quedarse recientemente fuera de la lista de espera para comprar un cuadro suyo. Había ido a la exposición solo porque necesitaba conocerle en persona. E Imon no pudo entonces más que contarle toda la movida. “¿Cómo no le iba a decir que era yo? ¡Si el cuadro que quería comprar lo pinté al otro lado de la pared donde ve la TV! Al contárselo era incapaz de creerme. Aún tengo pendiente llevarle al estudio…”.