MARGARET QUALLEY | ARTÍCULO
Por: Felipe Rodríguez Torres
Tras brillar con cineastas como Damon Lindelof, Lanthimos, Claire Denis, Gia Coppola O Ethan Cohen, la hija de Andy McDowell se lanza al mayor reto de su carrera: Sue, reverso juvenil de Demi Moore en La Sustancia, donde representa la otra cara de una intrépida reflexión sobre el sexismo y el edadismo.
Aunque lleve algo más de una década demostrando su talento como bailarina, modelo o actriz, hasta la fecha Margaret Qualley todavía no había estrenado un proyecto que gravitase alrededor suyo. Su apuesta, arriesgada, por el segundo largometraje de la cineasta francesa Coralie Fargeat, La sustancia, va camino de convertirla en uno de los rostros cinematográficos de este 2024. De casta le viene al galgo: su padre es el modelo Paul Qualley, y su madre es la famosa actriz y modelo Andie McDowell. En ese contexto y desde su nacimiento, un 23 de octubre de 1994, en casa siempre espolearían las inquietudes artísticas de Margaret, y de alguna forma la prepararían para lo que estaba por venir: en lo sentimental, tras conocérsele relaciones con jóvenes estrellas de Hollywood como Pete Davidson, Shia LaBeouf o Nat Wolff, ha terminado pasando por el altar de la mano de uno de los músicos más relevantes de la actualidad, Jack Antonoff, compositor habitual de Taylor Swift, lo que ha terminado por situar a Qualley en el círculo más íntimo de la cantante. Imagen de Chanel y portada de revistas en medio mundo, Margaret Qualley es hoy puro showtime.
Aún preadolescente ingresó en la North Carolina School of Arts en Salem y, posteriormente, al programa de verano del American Ballet Theater en Nueva York. Primero como una manera de independizarse, y también para desarrollar su pasión por el baile. Una pasión que abandonaría porque, como explicaba la propia actriz: “Vi el baile como una manera de hacerme mayor, de independizarme, como mi hermano y mi hermana. En definitiva, para creerme adulta. Pero en realidad no me gustaba tanto. Era como las verduras. Y pronto me di cuenta de que el baile era un trampolín para algo más”. Ese algo más serían el modelaje y, sobre todo, la actuación. En lo primero destacaría con un spot para Kenzo, dirigido por Spike Jonze en 2016, con el que demostraría -como también hace en La sustancia- que las lecciones de danza surtieron efecto, así como su gusto por el mundo más musical. A partir de ahí, la belleza y elegancia de Qualley también han llamado la atención de otras marcas de belleza y alta costura, convirtiéndose en imagen de firmas tan importantes como la diseñadora Alberta Ferreti, para la que desfiló en 2011 en la New York Fashion Week, o como modelo para Chanel y Valentino.
Pero quizá donde más ha evolucionado y crecido profesionalmente haya sido en su faceta como actriz, comenzando con su primer largometraje, la más que reivindicable Palo Alto. Debut en la dirección de Gia Coppola, la cinta reuniría en su casting a dos de las actrices de nueva generación más interesantes y versátiles de aquel momento, Qualley y Emma Roberts -hija de Eric Roberts y sobrina de Julia Roberts-, junto al caído en desgracia James Franco. En paralelo, la nacida en Montana se convertiría en la hija de Justin Theroux en The Leftovers, la en ocasiones incomprendida serie de culto -y posiblemente mejor obra- del showrunner Damon Lindelof. A partir de ahí, la carrera de Margaret comenzaría a despegar, destacando trabajos tan interesantes y relevantes como su personaje de una de las chicas de la comuna de Charles Manson, plantándole cara al mismísimo Brad Pitt en Érase una vez en Hollywood de Quentin Tarantino, del que habla maravillas: “Le adoro. Nadie ama las películas tanto como él. Fue un honor estar en ese set de rodaje. Lo recordaré eternamente sin olvidar un solo detalle”. También su personaje de la bailarina Ann Reiking en la miniserie para FX Fosse/Verdon, sobre la relación entre el coreógrafo Bob Fosse y su mujer y musa Gwen Verdon, un personaje que le daría su primera nominación a los Emmy. Uno de los creadores del serial, Thomas Kail, destacaba entonces de Qualley que “entendió desde un principio la vida de las bailarinas y la manera de comunicarse físicamente que tenía la verdadera Ann, por lo que fue un regalo venido del cielo”. Posteriormente recibiría una segunda nominación a los Emmy por su personaje de Alex en La asistenta, miniserie de ocho capítulos para Netflix, donde interpreta a una mujer abusada que hará lo que sea necesario para cuidar de su hija. Seguramente su trabajo más popular hasta la fecha, que además la reunió en la ficción con su madre, Qualley reconocía que “La asistenta es la única obra que he hecho que creo que ha visto el público”.
Y tras trabajar con cineastas de reconocido prestigio como Claire Denis en Stars at Noon, su dupla con Yorgos Lanthimos en Pobres criaturas y Kinds of Kindness o Dos chicas a la fuga de Ethan Coen, sin olvidar su colaboración con Hideo Kojima en el videojuego Death Stranding, llega la que quizá sea la cinta que la lance directamente al estrellato mundial: La sustancia de Coralie Fargeat, donde interpreta a Sue. Un personaje que, cómo describe la propia Fargeat, es una de las dos caras de la entente conformada por Qualley y Demi Moore. Una bomba carnal, representación hiperbolizada de la visión de la mujer sexualizada fruto de la male gaze, cuyo máximo exponente en el largometraje se encuentra en una secuencia de baile aeróbico hipersexualizado que le fue muy complicada, como explicaba al LA Times: “Fue un reto mayor de lo que me esperaba, haciendo ver que me sentía sexy cuando por dentro no lo sentía. Practiqué de manera incesante esa coreografía, todos los días, hasta el día que la rodamos, porque tenía que moverme de una manera totalmente opuesta a la manera en que lo hace mi cuerpo. Pero al final disfruté realmente de llevarme al límite. Y el motivo es que una de las razones por las que esta película me parecía un proyecto tan excitante era porque nunca había interpretado a un personaje tan superficial e hipersexualizado. Hasta el momento solo había interpretado a un puñado de freaks, por lo que me siento afortunada”.
Esta exageración de los rasgos sexuales -“desafortunadamente, no hay una poción mágica para las tetas, así que tuve que pegármelas. Coralie Fargeat encontró un equipo increíble de prostéticos para dotarme del mejor escote de mi vida, pero solo por un tiempo”, ha bromeado- le provocó dudas durante todo el rodaje de la cinta, como explicaba al medio australiano Who: “Me enfrenté a muchos pensamientos incómodos sobre los estándares de belleza mientras interpreté a Sue, porque no representaba mis estándares, sino los de Coralie, la idea de la perfección de la directora. Por lo que intenté encarnar algo que en realidad era inasible”. Reto superado que la sitúa en la cumbre de su aún corta carrera.